EDUARDO VARGAS MONTENEGRO, PhD. | El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Mayo de 2014

La palabra belleza

 

Las lenguas son dinámicas. No me refiero a las viperinas -que también lo son, en un dinamismo desconectado del amor-, sino a los sistemas comunicativos a través de los cuales las comunidades humanas nos relacionamos y le damos sentido a la vida. Como las personas cambiamos individual y colectivamente, también los idiomas se transforman, nos gusten o no esas modificaciones. Los significantes y los significados se mueven, hay palabras que entran en desuso y otras que clasifican en los diccionarios, pues es la experiencia cotidiana la que hace que una palabra permanezca viva y con sentido. La palabra belleza no escapa a esta situación.

La primera acepción que trae el DRAE nos habla de la belleza como la “propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual”. Si hilamos delgado, nos daremos cuenta de que a lo que hace alusión la palabra belleza es la esencia de las cosas. Hay una connotación espiritual, que como he mencionado varias veces, no es algo del más allá, sino del más acá, del aquí y el ahora. ¿Por cuál otra razón amamos a nuestra mascota, al mar que nos abraza, a la planta que adorna nuestro jardín o a la montaña que nos acoge, si no es por su esencia? Les amamos por lo que son y por eso es que son bellos. Sin embargo, en nuestras culturas, tan proclives a la vanidad y la apariencia, solemos no hacer lo mismo con los demás seres humanos.

Confundimos belleza con prototipo de belleza. Mientras la primera tiene que ver con la naturaleza misma de las personas y las cosas, con algo que les es inherente, el segundo es una construcción social, mediada por los parámetros estéticos imperantes en un momento dado, a partir del cual se juzga a personas y cosas. Caemos muy fácilmente en esos juicios, y con ello terminamos desvirtuando la naturaleza esencial de todo lo que existe. La belleza no requiere artificios ni posturas y tampoco reclama aplausos ni homenajes. Por el contrario, hacerle el juego a los prototipos de belleza nos deshumaniza, a tal grado que a quienes no encajan en el patrón se les estigmatiza y relega. La persona que es rotulada como “fea” está condenada a ser invisible, pues en el mundo de la frivolidad solo lo “bonito” es válido.

Tenemos la posibilidad de reconocer la belleza al conectarnos con la esencia.  Podemos restablecer la conexión con la palabra que encierra esas particularidades que hacen de cada ser algo único, irrepetible y bello. Como no es más bella una gota de agua que otra, tampoco hay personas más bellas, así con la lengua nos quieran enredar y vender lo contrario.    

@edoxvargas