EDUARDO VARGAS MONTENEGRO, PhD | El Nuevo Siglo
Domingo, 27 de Julio de 2014

La humildad de rendirse

 

Con  bastante frecuencia leo mensajes bienintencionados que exaltan el no rendirse, como en la saga Retroceder nunca, rendirse jamás. Es cuestión de perspectiva: si se ve o se ha vivido la vida como una guerra, una batalla incesante por la supervivencia, rendirse implicaría morir. Como creo que no se trata de sobrevivir sino de vivir y que la vida lejos de ser una guerra es una maravillosa oportunidad de aprendizaje -para todos los seres humanos sin excepción-, rendirse adquiere una importancia capital en el proceso vital: es la humildad de reconocer que eso que quiero no me corresponde, o al menos no por ahora ni de la manera exacta en que lo quiero.

Es el ego el que cree que la vida es una guerra. Es el ego el que anhela desde la pasión -en el sentido estricto de la palabra según la RAE, “perturbación o afecto desordenado del ánimo, apetito vehemente”- y que no comprende en su ceguera que lo que quiere no siempre coincide con lo que necesita. Es el ego el que no conoce la humildad, palabra sobre la cual también cabe una precisión: “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Es el ego ese maravilloso maestro que nos da a cada instante la posibilidad de reflexionar en todas las zancadillas que nos pone; esa es su función.

Pero dado que somos más que el ego y gracias a su sombra podemos conectar con la luz, es posible reconocer que retroceder es importante y que rendirse, también. Desde una óptica lineal, el camino de la vida es una recta ascendente, pero nada más lejano de la realidad: la vida es compleja, sube, baja, avanza, se devuelve. No tendría sentido no retroceder cuando existe la certeza del error, como tampoco lo tiene hacerse la vida de cuadritos por alcanzar eso que claramente la vida nos dice que no.

Desde el impulso egocéntrico nos encaprichamos con la persona que ya está comprometida; insistimos cuando nos dicen que no; negamos que lo que vivimos y no nos gusta hace parte de la vida. No siempre por donde se mete la cabeza es preciso sacarla: ahí está la humildad, la grandeza, en identificar que no todos los lugares que queremos ocupar nos corresponden. Es posible que al leer las señales podamos y requiramos intentarlo de nuevo para lograr el objetivo. Pero, si las señales que nos llegan son reiterativas en que no es por ahí, lo sensato es rendirse, emprender nuevos caminos. Avances y retrocesos son inevitables, y complementarios, en el proceso vital. De los dos aprendemos, si nos lo permitimos.

@edoxvargas