Hace más de una década, escribí una “Aproximación al pensamiento de Nicolás Gómez Dávila sobre los derechos fundamentales”, basado en su obra “De Iure”, que junto con sus “Escolios”, se complementaba con su labor de importador de telas, tapizados y cortinas con dos sucursales de su almacén en Bogotá y la gestión agrícola y ganadera de la hacienda “Canoas Gómez”, que su padre compró a finales del siglo XIX en Soacha (Cundinamarca).
Este aristócrata de la inteligencia, desde su señorial casona de la calle77 con carrera 11 de Bogotá, en el barrio El Nogal, escribía, como decía Volpi, en medio de “infolios; rarezas; volúmenes antiguos impresos en París, Venecia, Florencia, Ámsterdam; la literatura universal desde Homero hasta Goethe; la filosofía occidental desde los presocráticos hasta Heidegger, pasando por la Patrología griega y latina de Migne. Todo, rigurosamente, en el idioma original. En los últimos tiempos don Nicolás se había procurado hasta una gramática danesa para leer a Kierkegaard directamente, sin la mediación de las traducciones”.
Don “Colacho”, el solitario de Bogotá se preguntaba: “¿Qué es el Derecho, por cierto, si sus tribunales no lo aplican? ¿Qué es un tribunal, si el Derecho no lo instituye?” Y, nuestro filósofo de canoas afirmaba que “el derecho no se engendra en consistorios imperiales, ni en el senado, ni en el concilio de la plebe, ni aún en los comicios del pueblo, sino donde un hombre reconoce a otro hombre”. (Léase persona, hoy en día, pues Gómez Dávila se refiere al género humano sin distinguir hombre o mujer).
Los aforismos de Gómez Dávila, que no están organizados ni alfabética, ni temáticamente, cuesta organizarlos, pero la tarea ha sido importante, pero lenta. Actualmente estoy clasificándolos en aforismos de economía, religión, historia y amor. Ya en su momento hice los de Estado, derecho y Marxismo. Entre los de educación, así como los de Libertades de enseñanza, aprendizaje, investigación y cátedra (conforme al artículo 27 de la Constitución), he podido recopilar un catálogo amplio, y, entre ellos, los siguientes dos, con la página donde se encuentran en la edición de la “Selección” del 2002:
El moderno invierte el rango de los problemas sobre la educación sexual, por ejemplo, todos pontifican, ¿pero a quien preocupa la educación de los sentimientos? (p. 309).
La pedagogía moderna ni cultiva ni educa, meramente transmite emociones (p. 238).
En el proceso educativo, se da hoy en día una gran importancia a la educación intelectual y muy poca atención a la educación sentimental, que no es el mismo sentimentalismo. Educar los sentimientos -como los son la inteligencia y la voluntad (confianza en uno mismo y automotivación)-, son fundamentales para que el desarrollo intelectual pueda cobrar sentido y hacer parte del proyecto de vida de una persona. Sin duda, los sentimientos y las emociones juegan un papel vital y permiten a las personas “sentirse más satisfechas, son más eficaces, y hacen rendir mucho mejor su talento natural", como lo señala el experto Alfonso Aguiló.