No había que ser genio para saber que tarde o temprano la gente volvería a las calles. El estallido social se venía evidenciando desde antes de la pandemia. El coronavirus y las largas cuarentenas solo pusieron en pausa las manifestaciones, pero las causas han seguido latentes, ahora exacerbadas por la depresión económica en la que ha empezado a sumirse el mundo.
Si, aunque muchos no hayan querido reconocerlo, hemos entrado en una depresión económica de la cual no será fácil salir. Así lo han dicho ya economistas tan reconocidos como Carmen Reinhart, que además asegura que los países más golpeados serán los de medianos y bajos ingresos, es decir Colombia. Por eso, a pesar de los estímulos monetarios y financieros que puedan maniobrar tanto el gobierno como el Banco de la República, los niveles de desempleo, pobreza y desigualdad crecerán.
En medio del sombrío panorama económico, uno de los grupos más vulnerables son los jóvenes, aquellos que tal vez nunca conseguirán un trabajo. Recién graduados que entran al mercado laboral de una economía en crisis. Ellos son los que salen a las calles, los que no tienen nada que perder, porque ya lo perdieron todo. No tenían trabajo antes de la pandemia y ahora mucho menos. El desempleo juvenil ( población entre los 14 y 28 años) llegó al 29.7% . Eso tiene que decir algo y debe ser una alerta para los gobernantes. La protesta es el grito de ese segmento de la sociedad que está haciendo catarsis y dice: aquí estoy sin oportunidades, sin futuro, solo sobreviviendo. No son guerrilleros vestidos de civil.
Células urbanas de las guerrillas siempre ha habido en Colombia, no es la primera vez que vemos su modus operandi. Pero que estén ahí, no puede llevarnos a pensar -equivocadamente- que el descontento y la manifestación no es real. Las milicias se camuflan entre la gente, saben que es su oportunidad de activar un plan de destrucción hacia otros paradigmas. Pero sería miope asegurar que la insatisfacción de la ciudadanía no existe y que no hay que hacerle frente.
La respuesta gubernamental debe apelar a una solución económica para la población, pero esa no está del todo en sus manos. Colombia es un país sensible a los choques externos y en un mundo en depresión es imposible escaparse a la crisis. Pero lo que puede hacer es tender puentes, escuchar y abrir espacios a otros liderazgos. Ya no cabe el discurso de: “como nosotros ganamos las elecciones, gobernamos como bien nos plazca”. El mundo cambió y así mismo deben hacerlo Iván Duque y su gabinete. La reacción al descontento social no puede ser represión ni soberbios discursos. Eso solo allana el camino a populistas y nacionalistas.
El gobierno del presidente Duque debe entender su responsabilidad en la historia, de acuerdo al manejo que le dé a esta crisis y a su forma de comunicación con los ciudadanos, estará labrando -o no- la llegada de un gobierno extremo y radical en el 2022. No será culpa de la oposición, ni de la crisis económica, será solo su culpa.