Los colombianos llevamos muchos años soportando y enfrentado el plan pistola. La fuerza pública enfrenta consuetudinariamente la presencia de esta estrategia, que por su nombre disfraza el homicidio selectivo a miembros de las fuerzas, con repercusiones de toda índole (éticas, familiares e institucionales y sicológicas), cargadas de desmoralización, indicadoras de vulnerabilidad imprevisible motivando una reacción violenta de parte afectada, que reacciona sin medir consecuencias, ni sustentarse en tácticas y planes que permitan óptimos resultados, como la individualización de actores materiales e intelectuales o lograr identificar el enemigo y su génesis; por ejecutarse de manera sorpresiva, aleve y ventajosa, donde el atacante tiene todas las posibilidades de huir ileso y todas las posibilidades de cumplir con éxito su cometido, se trata de una maniobra grotesca, cobarde y medrosa.
Esta práctica es un accionar premeditado venido de grupos que enfrentan al adversario policial o militar por representar un estado adverso a sus intereses. No podemos afirmar con exactitud dónde y cuando apareció el plan pistola como estrategia de guerra, pero lo cierto es que no solo facciones contrarias al estamento lo utilizan, pues es un procedimiento manejado por diferentes organizaciones delictivas que desafían gobiernos y se declaran abiertamente en contra de sus disposiciones. Esta acción no es improvisada, ni mucho menos de generación espontánea, muestra un típico talante militar, tratando generar como el terrorismo una sensación de control territorial frente a la incapacidad de las administraciones para controlarlo. Valdría la pena que el legislativo estudie la posibilidad de tipificar este delito, como crimen de lesa humanidad por tratarse de servidores públicos y defensores de la sociedad.
En los últimos días hemos soportado lo resultados funestos de esta práctica en todas las instituciones que componen la Fuerza Pública. Debimos sufrir la muerte de dos unidades policiales en Puerto Rico (Caquetá), jóvenes plenos de ilusiones, quienes jamás imaginaron que las prácticas utilizadas por las Farc, en otros tiempos, volvieran a presentarse en estos sectores del país. Pero cuán equivocados estaban, pues este método nunca se ha ido de Colombia, y especialmente del Caquetá, más aun, ahora con las disidencias de las Farc y su socio el ELN. Sería saludable recordar que desde sus inicios las Farc hablaban de ajusticiamientos que, en otros términos, hacen referencia a homicidios con el perfil del hoy identificado plan pistola. Pero lo grande de esta situación se sustenta en el valor de nuestros hombres, quienes sabiendo el riesgo tan alto que corren de perder la vida, nunca se han negado a prestar su servicio en defensa de la sociedad. En el caso de la policía, los invito a evocar tiempos de Pablo Escobar cuando pagaba por cada policía muerto y, sin embargo, nunca Medellín quedo desprovista de servicio policial. ¡Honor a nuestra fuerza pública!