Pareciera mentira que habiendo transcurrido ya casi un cuarto del Siglo XXI, todavía la censura de libros sea un tema del que tengamos que hablar y, sobre todo, preocuparnos. Cuando pensábamos que el mundo había superado sus horas más oscuras, durante las cuales las jornadas de montañas de papel en llamas eran prácticas de fomento recurrente, y que nuestro despertar tecnológico sólo podría traernos la prosperidad inherente al desarrollo del conocimiento, la realidad es que la represión alrededor de algunos textos no sólo es dramáticamente más frecuente, sino que se va acelerando a ritmos frenéticos.
Sólo es cuestión de acudir a los números para demostrar la preocupante tendencia que ha cogido fuerza de un tiempo para acá. Según el más reciente informe de PEN America, ONG defensora de la libertad de expresión, en los últimos seis meses de 2023 se han presentado más casos de censura de libros en los colegios y bibliotecas públicas de los Estados Unidos (4.349) que en toda la anualidad inmediatamente anterior (3.362). Florida es, de lejos, el estado más inquisidor (3.135), seguido de Wisconsin (481), Utah (142) y Texas (141), sin mencionar a Iowa, donde días atrás se levantaron las medidas cautelares que impedían la entrada en vigor de una ley que quitará de las estanterías los libros que tengan referencias a actos sexuales o traten asuntos de orientación sexual, salvo, cómo no, si estamos ante libros de carácter religioso.
Las razones tras las demandas son variadas, pero convergen en cinco grandes temáticas fácilmente identificables: episodios distintos de violencia, entre ellos la sexual (19% de los casos), protagonismo de personajes de la comunidad LGBTQ+ (36% de los casos) o directamente transgénero (8% de los casos) y racismo (37% de los casos). Los argumentos de los tribunales que han respaldado dichas pretensiones también constituyen un catálogo jurídico de lo más particular que va desde tergiversaciones de los conceptos de “obscenidad” y “pornografía” desarrollados por la jurisprudencia y la ley, hasta nociones como “demasiado polarizador y controversial” particularmente para aquellos textos que abordan las reivindicaciones de la población negra ante abusos del sistema.
Pero curiosamente los títulos con mayores impugnaciones no pertenecen a autores trastornados con prontuario criminal sino a escritores consolidados, como “El Cuento de la Criada” de Margaret Atwood; superventas convertidos en series exitosas, como “Buscando a Alaska” de John Green o “Por Trece Razones” de Jay Asher; best-sellers actualmente entre los más vendidos de The New York Times, como “A Court of Thorns and Roses” y “A Court of Mist and Fury” de Sarah Maas; y hasta ganadores del Premio Nobel, como “Ojos Azules”, “Beloved” y “La Canción de Salomón” de Toni Morrison (Nobel 1993). Todos ellos demostrando el absurdo al que ha llegado la persecución.
Este peligroso movimiento ya ha llegado a Brasil, donde se han reportado las primeras iniciativas de este tipo por parte de algunos colectivos conservadores, con lo que será cuestión de tiempo para que nuestros tribunales deban decidir si saldremos en defensa de los pilares de la libertad de expresión o si abrazaremos de lleno el oscurantismo cultural.