Uno de los capítulos más apasionantes de lo que hemos llamado “la ciencia de lo absurdo” (replicando la expresión de la estupidez humana de gente que intenta piruetas imposibles que siempre terminan en graves accidentes, o como la bobería supina de jóvenes que en el recreo del colegio se ponen a jugar al rompecráneos, y lo logran) es el tema, crucial, absorbente, del cultivo, elaboración y tráfico de estupefacientes, que ha hecho de Colombia un mar de coca y que se refleja en masacres de civiles y militares, de jueces y funcionarios judiciales, de líderes sociales y de todo cuando ambientalista se les aparece en el camino y pudiere perturbar su accionar perverso.
Lo irónico es que la única solución la tenemos a la mano: se trata de un producto químico llamado glifosato, que en tiempos de la Seguridad Democrática (SD) funcionó, que siempre ha existido en todas las fincas campesinas para combatir las plagas, con la denominación de Roundup, el herbicida más vendido en el mundo, cuya razón se ser es combatir la maleza que altera el ecosistema; pero no se usa porque la OMS dice que "hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos”. Es sospecha pura.
Pero lo único científicamente requete-comprobado es que esa maldita droga es la que ha desarrollado el peor cáncer de nuestra sociedad: hace que surjan los Pablos y Popeyes, por fortuna finados reyes del miserabilismo; que las disidencias de las Farc sean cada vez más grandes y ávidas de sangre y dólares; que el Eln, que en tiempos de la SD estaba casi extinguido, haya resurgido de entre sus cenizas y ronda hoy 5 mil efectivos (casi la mitad de lo que llegaron a ser las Farc en su momento estelar pre-Nobel de Paz); hace el milagro de que el Epl -“Walking Dead”- se haya levantado de su tumba y empiece a coger forma, color y carne, y la que facilita que los temibles carteles de la droga mexicanos estén metidos de patas y manos en nuestras selvas y montañas.
Es sencillo: aplicar el glifosato, acabar con la cocaína, espantar a sus cultivadores, cocineros y traficantes y permitir que regrese la tranquilidad a esta Patria atribulada y, en el entretanto, nuestros científicos se podrán dedicar a investigar para descubrir un químico que apenas les provoque estornudo a nuestros micos y serpientes en las selvas inhóspitas.
Post-it. No he podido entender la idea de implementar el contrato por horas. Parece que la única razón es la de permitir cotizar a pensión por horas, en vez de hacerlo por semanas. Vaya. ¿Si la gente no se alcanza a pensionar por años, ni por meses, ni menos por semanas cotizadas, cómo lo harán registrando por horas? Lo único que se lograría sería acabar de desquiciar un sistema que -por lo menos en el antiguo ISS- no ha podido recuperar el tiempo cotizado antes del año 94, perdido en los laberintos del sistema… y pregunto: los miles de trabajadores que trabajan en la fuente de empleo llamada el “gota a gota” ¿será que podrían cotizar a cuenta-gotas?