Alcancé a cursar el 6 de Bachillerato -antes de que le metieran 5 años más- cuando por primera vez escuché hablar de los “mensajes subliminales” y el tema me intrigó. Cuando iba al cinema, efectivamente, en esas películas gringas largas (Ben-Hur, 10 Commandments), minutos después de que apareciera el león de la Metro-Goldwyn-Mayer abriendo la jeta para hacernos dar hambre, no veíamos la hora en que apareciera el aviso de Intermediate para ir corriendo a la cafetería y pedir CoKe con popcorns (aunque había montañeros que pedían perros calientes para seguir, en medio de la oscuridad cómplice, “chupando trompita” con la novia, con sabor a mostaza).
Después nos dijeron que esa debilidad (la de la Cola, claro) era porque dentro del filme al desprevenido espectador le disparaban mensajes o señales encapsuladas en milímetros de segundo (como diría el burro de Maduro) que no se registraban dentro de los umbrales normales de percepción, pero quedaban allí, insertos en el subconsciente y las ventas de Coke se triplicaban en la pausa. Después los prohibieron, con sobrada razón, por el peligro que encerraban. ¿Ustedes se imaginan que en plena campaña electoral le metan a uno, entreverada en medio de la emoción de una película de acción -u omisión- la imagen despelucada del actor Pietro Ferragamo y todos salgamos, despavoridos, a votar por The 21th Century Fox Socialism?
Película de terror. “El diablo está en los detalles”, dijeron, pero creo que también está en las formas. En noticieros de TV (Caracol, Noticentro) las presentadoras son hermosas y azucaradas vallunas, con voces ídem, gestos y movimientos femeninos, coquetos y alucinantes; los Extras, de voces varoniles excepcionales, tipo Juan Harvey Caicedo -antes de que se lo llevaran, de Prisa- o Fernando Calderón, que nos cautivan, nos obligan a sintonizar esos canales (RCN, que gana en contenido, se raja en las formas, todavía nos quieren atrapar con una destemplada campanita que compró don Juan Gossaín hace años en San Bernardo del Viento); después nos disparan mensajes no subliminales, sino completos, frenteros, como cuando un Presidente de la República va a inyectar la primera vacuna en Valledupar y al punto nos ponen la foto de Tomás Uribe -estaba allí en un evento, pura coincidencia- y dan la idea de que el primer mandatario se fue hasta allá para inmunizar, primero, al hijo de Uribe, o cuando hablan de un proyecto de ley pro-ambiental y al instante nos pintan unas vacas de Fedegán, para darle rejo a ese gremio “uribista”.
Obviamente, la idea no es de las presentadoras, Margarita Ortega y Claudia Palacio, sino del Santísimo Enmermelado. Las curvas, las formas, las voces, nos agarran y empalagan y después nos inoculan la “sustancia”, suavemente y sin dolor.
Post-it. Hace poco me tocó en suerte llevar a Claudia al Aeropuerto de Palmira, su tierra, luego de una amena charla suya en Telepacífico, invitada por el exalcalde Rodrigo Guerrero y yo, transportado, en la nebulosa, en carretera sin curvas, si no hubiese sido por un templado despertar al tenor de !hola, creo que nos pasamos!, por poco sigo hasta Pereira y casi me la deja el avión.