El dolor de los demás | El Nuevo Siglo
Lunes, 22 de Enero de 2024

Hace pocos días, un derrumbe ocurrido en la vía Quibdó – Medellín sepultó a centenares de personas. El alud causó, al menos, 39 fallecimientos y al momento de escribir esta columna los organismos de rescate aún buscaban a varios desparecidos.

Como respuesta a la tragedia, y buscando soluciones a los problemas estructurales que están en el trasfondo, las instituciones se han movilizado. El presidente tomó medidas legales y económicas, y durante esta semana su gabinete estará trabajando en la zona junto al gobierno departamental y a los alcaldes. Es lo mínimo que pueden hacer las autoridades por el Chocó, condenado a la exclusión desde siempre.

Más allá de lo que ha hecho o ha dejado de hacer el Estado en este Departamento, que sin duda amerita largos alegatos, hoy me causa escalofrío la respuesta de la gente común frente a la tragedia en la carretera. Me refiero a las personas con las que me cruzo cotidianamente, en el mundo virtual y material.

En un principio, la noticia desató algo de conmoción en las redes sociales; pero hoy, tan solo once días después, nadie comenta el hecho. Como si no hubiera ocurrido. En mis redes sociales, además del dolor que han expresado mis amigos que son del Pacífico (o que han vivido o trabajado en esa región), no hubo mayores manifestaciones de condolencia, ni lazos negros en los perfiles, ni avatares conmemorativos.

En Bogotá, mi ciudad y la de unos 190.000 afrocolombianos, no hubo marchas en las calles, velatones, ni homenajes póstumos. Más allá del comedor de mi casa, ni en la tienda de mi barrio, ni en los taxis que tomé, ni en las reuniones a las que asistí fue este siquiera un tema de conversación. La tragedia que hoy enluta a todo un Departamento no le preocupa mayormente al mundo que me rodea y al que pertenezco.

Duele. El desdén de los míos frente al dolor de los demás se me hace tan aplastante como la avalancha misma. Así no quiero ser, a este mundo no quiero pertenecer. La impasible indiferencia de quienes lo han tenido todo, salud, educación, trabajo, capacidad de optar, de decidir y de incidir, es la verdadera tragedia detrás del infortunio del Chocó y de tantos otros pueblos olvidados en esta, la tierra del olvido.

Lo que tiene que cambiar en el fondo, además de la acción estatal, es esta manera de ser que discrimina y que tasa el dolor de los demás, según su color, su etnia, su género, su posición social, sus creencias religiosas y sus convicciones políticas. El dolor del Chocó no conmueve a los de mi mundo, porque no hay ninguna relación entre unos y otros, porque no se conocen en ningún sentido.

Mientras los que toman las decisiones, deciden; nosotros, el resto, podríamos empezar por conocernos y valorarnos mutuamente. Tal vez así, el dolor de los demás algún día llegue a ser verdaderamente nuestro. Tal vez así, algún día podamos ser y pertenecer todos al mismo empeño común llamado Colombia.

@tatianaduplat