Hace apenas un mes, Venezuela vivió lo que parecía ser un rayo de esperanza en medio de su sombría realidad. Edmundo González y María Corina Machado lograron lo que muchos consideraban imposible: derrotaron al régimen opresor de Nicolás Maduro en unas elecciones que, ante los ojos del mundo, reflejaron la voluntad inquebrantable del pueblo venezolano por recuperar su democracia y libertad. Las urnas hablaron con claridad y contundencia, reclamando un cambio que todos sabían necesario. Pero lo que nadie previó fue la siniestra conspiración que ya estaba en marcha.
El complot entre Maduro y los presidentes de Colombia, México y Brasil no fue una casualidad ni un malentendido. Fue una maniobra calculada para ganar tiempo y consolidar el fraude. El 28 de julio, en la noche, el Consejo Nacional Electoral de Venezuela proclamó a Maduro como presidente, desatando una ola de pronunciamientos internacionales. Mientras algunos líderes exigían un recuento de votos con supervisión independiente, la oposición ya tenía pruebas irrefutables: el 80% de las actas demostraban que González había ganado con más de 7 millones de votos, una victoria aplastante sobre Maduro.
El 31 de julio, tres días después de las elecciones, el presidente colombiano Gustavo Petro rompió su silencio en la red social X con un ambiguo reclamo por un supuesto reconteo. Poco después, se reveló su comunicación con Maduro, coordinada con los mandatarios de México y Brasil. Lo que intentaban presentar como un esfuerzo democrático de mediación, no era más que un engaño bien orquestado. Estos líderes han hecho la vista gorda ante el asesinato de líderes opositores, la violación sistemática de los derechos humanos, y la represión que ha llevado a más de 700 luchadores por la libertad a las cárceles venezolanas.
La cruda realidad de Venezuela es un recordatorio inquietante: un dictador no se retira por medios democráticos. Cuando un Estado pierde su libertad y su democracia, es casi imposible recuperarlas. Lo que ocurre en nuestro vecino país debe servirnos de advertencia. En Colombia, no podemos permitir que Petro logre su ansiada Constituyente. Ahora, más que nunca, las instituciones democráticas deben ser defendidas con determinación y sin cálculos mezquinos.
Nos quedan 23 meses para que termine este gobierno y se cierre la horrible noche. Las instituciones, los empresarios, la academia y los políticos que no han sucumbido a los encantos del poder deben unirse más que nunca. No es momento de pensar en candidatos para derrotar a la extrema izquierda; como bien dijo la senadora Paola Holguín, lo que necesitamos es una plataforma basada en ideas innegociables. Debemos encontrar ese punto de gravedad que, como lo hizo María Corina Machado en Venezuela, devuelva la esperanza y mantenga viva la lucha por la democracia y la libertad.
El desgobierno reina en el país, nos están llevando a una crisis sin precedentes, lo que estamos viviendo en materia energética es preocupante: desabastecimiento de gas, se agota el combustible para los aviones, el costo de la energía, la crisis del sector minero, y como no mencionar el debilitamiento de la seguridad física, solo por mencionar unos ejemplos claros. ¿Será que nos están aplicando la misma fórmula que destruyó a Venezuela y a Cuba?
No permitamos que este complot se traslade a Colombia. Defendamos la libertad con firmeza, porque si la perdemos, difícilmente la recuperaremos.