Veinticinco años antes de que el planeta entero descubriera la existencia de Abdulrazak Gurnah (Nobel de Literatura 2021) y la editorial Salamandra pusiera al alcance de todos una selección de sus principales títulos (“Paraíso”, “A Orillas del Mar”, “La Vida, Después” y “El Desertor”), en la disruptiva Barcelona de fin de siglo, la ya tristemente desaparecida Muchnik Editores apostó fuertemente por el trabajo del autor tanzano con la publicación de dos de sus novelas, ambas conservando las hermosas portadas al óleo que les heredó la versión norteamericana lanzada casi en paralelo. Una era “Paraíso”, su buque insignia y de la que ya se ha hablado suficiente, mientras que de la otra casi nada se sabe, continuando refundida en el tiempo hasta nuestros días.
Se trata de “Precario Silencio”, una obra que, tres décadas después de su llegada a las estanterías, está descatalogada y es prácticamente imposible de encontrar sin una considerable inversión de tiempo y paciencia durante su búsqueda. La mía tomó tres años enteros, hasta aquella buena tarde en que mi celular me notificó que alguien por allá en Zaragoza encontró una caja de libros viejos y decidió venderlos en el mercado secundario a precio de saldo desconociendo su auténtico valor (mi tipo de vendedor predilecto). Tres rápidos tapeos a la velocidad de la luz para ganarle la carrera a los demás coleccionistas que, como yo, estarían esperando una oportunidad así, y en cuestión de unos cuantos días el Gurnah olvidado estaba esperándome en el buzón.
Lo primero y más importante para resaltar es que “Precario Silencio” no se parece en nada a “Paraíso” y quizá por ello me ha gustado tanto (lo siento, “Paraíso”, no eres tú, soy yo, sé que eres una obra maestra pero simplemente no pudimos conectar). Aquí tenemos una historia moderna en la que un profesor fugado de Tanzania vuelve a visitar su ciudad natal tras dos décadas viviendo con su pareja y su hija en Inglaterra. ¿El giro de guion? Que ninguno de sus dos universos se conoce entre sí, pues en la escasa comunicación que mantiene con su familia nunca las ha mencionado, mientras que a ellas les ha inventado un Zanzíbar fantástico que no se corresponde con la dureza de la nación que ha dejado atrás. El coctel perfecto para que todo salga mal.
El mayor acierto del relato es conseguir retratar los sentimientos de muchos migrantes que, tras establecer su vida en otro país, regresan a la tierra que los vio nacer sólo para darse cuenta de que ésta ha cambiado tanto por la progresión normal de la sociedad que los lugares que protagonizan sus recuerdos ya no se parecen en absoluto a las instantáneas mentales que tenían de ellos o directamente han desaparecido. Un curioso fenómeno por el que la trasmutación de los espacios físicos en el presente consigue desintegrar el pasado vivido, creando una sensación de orfandad temporal debido a la cual muchos nos sentimos extranjeros en nuestro propio país. Una colisión imparable entre memoria y realidad ante la que sólo podemos refugiarnos en el silencio.