En esta época recordamos con regocijo el más bonito invento de la cristiandad: la representación del Pesebre de la Natividad, patentado por el Hermano Francisco de Asís, Santo de la pobreza, la mansedumbre y la paz, en las laderas italianas. Y ocurrió en un pequeño bosque que tenía una gruta que a Francisco se le pareció a la cueva donde nació el Niño, en los campos de Belén.
El santo repasó el relato del Evangelio según San Lucas y preparó la escena del nacimiento, en vivo, pero no dijo nada hasta la noche de víspera de Navidad, cuando las familias estaban reunidas alrededor de las chimeneas improvisadas en sus hogares y ocurrió un milagro: las campanas de la iglesia empezaron a replicar solas, sin permiso ni ayuda de ningún monaguillo y el párroco del pueblo, cómplice, no había musitado palabra sobre celebrar “Misa de Gallo”. Y desde lo alto de la montaña, Francisco llamó a la gente asustada para que subieran y allí presenciaron, en vivo, el Pesebre de Navidad, al que llegaron a tientas, alumbrando el sendero con antorchas en una noche fría y oscura, y al punto cayeron de rodillas al ver el replay magistral del magno evento, como trasportados a Belén de Judá por arte de magia. Y a la par con el Pesebre vinieron los regalos, villancicos, el buen vino, las viandas y colaciones para celebrar, rememorando el oro, incienso y mirra de los tres Reyes Magos. Regalos para todo el mundo.
Y se volvió tradición que el Niño Dios multiplicara los regalos y los llevara a todos los niños del mundo; pero el comercio organizado extendió la dadivosidad a todo ser humano habitante del planeta tierra y echaron mano de un santo obispo cristiano de origen griego, Nicolás de Bari, nacido en el año 310 D.C., quien ejercía su apostolado en Turquía. Dice la historia que sus padres eran ricos y le habían inculcado el espíritu de generosidad, entre otras virtudes, de modo que en una ocasión cambió su caballo por un esclavo en una subasta para volverlo liberto, y se cuenta que en una ocasión intercedió por tres chicas casamenteras, cuyo padre no podía pagar la correspondiente dote. Al saberlo, Nicolás, a hurtadillas, subió a la chimenea de su casa y lanzó unas monedas de oro que curiosamente cayeron dentro de unas medias de lana de vivos colores que las jóvenes habían dejado secando y se volvió tradicional meter los regalos del Niño en tales prendas.
Luego ocurrió que unos inmigrantes holandeses llevaron el cuento a Norteamérica y en medio de las nevadas de diciembre le inventaron al santo unos trineos tirados por renos y un caricaturista alemán lo pintó, hacia 1863, como un personaje generoso de carnes, bonachón, barbudo y cachetón, lo empacaron en unos trajes rojos y le pusieron letra cantada para divertir a los niños con un sonoro Jo-jo-jo. Después lo mandaron a trabajar a Suramérica y en Chile lo dieron en llamar el “Viejito Pascuero" y se ganó el cariño de todo el mundo, encarnando al mejor domiciliario del Niño Dios.
Post it. A todos mis lectores, Feliz Navidad.