El párroco del mundo | El Nuevo Siglo
Martes, 14 de Abril de 2020

En este 2020 el mundo católico ha vivido una Semana Santa distinta y muy profunda, en medio del propio silencio producto de la cuarentena del Covid-19. Ese silencio es tal vez semejante al momento de la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos.

Desde el comienzo del confinamiento, aún en la Cuaresma, en la antesala al Triduo Pascual, el Papa Francisco se veía hondamente conmovido y asumió, como de su investidura, la que podría titularse como el Párroco del mundo.

Quedará en la historia la doble Urbi et Orbi, la bendición más solemne de un Papa, reservada sólo para el Domingo de Pascua y el día de Navidad. Con la inclusión, esta vez, de la bendición extraordinaria del 27 de marzo, que impartiera como oración sublime por la emergencia sanitaria.

El 15 de marzo, el Papa caminó por una Roma desolada hasta la Basílica la Santa María la Mayor y a San Marcello al Corso para visitar a un crucifijo milagroso que salvó a Roma de una plaga en el siglo XVI. Traía entre manos la preparación de esta distinta Semana Santa y la Bendición Urbi et Orbi especial, sin feligresía físicamente presente, como un mensaje inicial del “contagio de la esperanza” para creyentes y no creyentes.

Crucifijo que luego lleva a la Plaza de San Pedro para la bendición extraordinaria Urbi et Orbi del viernes 27 de marzo. El Cristo del Marcello se convierte en la efigie central de todas las celebraciones de Semana Santa y de la protección ante la pandemia. Juan Pablo II también lo había trasladado a la Basílica en el Jubileo del 2000 para el Día del Perdón.

También en sus comienzos, no bastó transmitir en recinto cerrado la bendición tradicional y el saludo del Angelus a la Virgen del medio día e insistió, de todas maneras, en hacer su presencia en la ventana, conmovido por la solitud de la Plaza de San Pedro. Y fue cuando decidió impartir la Misa diaria en Santa Marta como un Párroco del mundo.

 

El Papa Francisco transmite un mensaje permanente por “el contagio de la esperanza” amarrado, si y sólo si, a volcarse hacia una actitud distinta de solidaridad, como actitud antagónica del egoísmo, la indiferencia, la división y el olvido. El día después va a ser un reto. Qué tanto vamos a cambiar será un enigma.

En fuertes apreciaciones se basa el Papa. Por ejemplo cuando se refiere al “ritmo de vida frenético” o “el delirio de omnipotencia” que mencionó el predicador de la Casa Pontificia, el franciscano Raniero Cantalamessa, en la homilía del Viernes Santo.

En ese despertar del sentido de la solidaridad, el Papa no teme en hacer una invitación a “tener gestos de ternura con los que sufren” y a “tener la gracia de vivir para servir”. Pide que el día después no seamos relativamente solidarios sino absolutamente solidarios y será un aprendizaje, donde una vida vale mucho.

*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI

uribemariaelisa@gmail.com