En este clima de tensión y de interpelación interior, que vive hoy cada colombiano, tenemos que darle una oportunidad a la esperanza. Permitir que se cuele en mi alma la confianza en el otro, por la pequeña grieta que se abrió en algunas creencias que se consideraban inamovibles. Además, reconocer y tratar con respeto a quien piensa diferente, no implica renuncia a mi libertad de decidir. Es una norma elemental de convivencia.
Los acontecimientos vertiginosos de estas dos últimas semanas son un desafío colectivo frente a nuestro destino como nación, una pausa democrática para repensarnos, pero fundamentalmente un desafío ciudadano individual.
Más allá de las manifestaciones públicas, las preguntas para nosotros mismos, podrían ser: ¿Hasta dónde somos capaces de ponernos en los zapatos del otro? ¿Hasta dónde puedo comprender la motivación de su voto, sin ofenderlo y sin caricaturizarlo? ¿Es posible asimilar que quien votó sí en el plebiscito, lo hizo ilusionado por la paz de Colombia, y quien votó No, también? ¿Puedo yo también contribuir a desminar el lenguaje?
Es claro que una de las consecuencias positivas de esta avalancha es el empoderamiento del ciudadano, su recuperación de la conciencia como constituyente primario, más allá de la evidente y persistente presión de la propaganda. Los millones de dólares invertidos en ella y los que siguen costando las movilizaciones masivas, el empeño de poderosos medios de comunicación en seguir estigmatizando y presionando con el factor tiempo a quiénes tuvieron objeciones al acuerdo, no logran encubrir la capacidad de cada individuo para reconocer la verdad en las declaraciones públicas de los protagonistas de esta polarización. Un primer plano en televisión delata, devela la intencionalidad real que llevan las palabras.
Por eso es tan riesgoso apostarle a un desconocimiento de los resultados electorales, como se advierte, en voz baja, en círculos judiciales. Es imperativo respetar el resultado electoral del plebiscito. La historia es clara cuando enseña que el fraude en las votaciones engendra la violencia y el desconocimiento de los resultados la acrecienta más.
Uno de los grandes lunares del proceso adelantado con las Farc fue la manera como se intentó esconder a sus víctimas directas. Estamos sufriendo las consecuencias. Si esta pausa sirviera para enmendar ese error y el Gobierno empezara a exigirle al grupo guerrillero la verdad sobre los más de 400 secuestrados que han presentado como "desaparecidos" , nos sentiríamos, ahora sí, todos inmersos en un verdadero proceso de encuentro y unidad entre los colombianos.
El desafío no es sólo individual y colectivo, es un desafío con nombre propio para el Presidente Juan Manuel Santos y el expresidente Álvaro Uribe para obrar con la grandeza de almas que exige este momento histórico. Si lo hacen, como lo dicen las palabras con que iniciaron sus mandatos, que Dios y la Patria os lo premien, si no, que Él y ella os lo demanden”.
Sería una lástima que dejaran vacío el pedestal que les tiene reservado la historia.