Empezamos el 2017 en “modo elecciones” y mientras los candidatos en potencia analizan escenarios posibles, incluyendo hasta gobiernos de transición, y planifican entre ellos calculadas jugadas estratégicas, es saludable para la subsistencia misma de la democracia preguntarnos a quién queremos de Presidente y cómo haremos respetar el derecho sagrado del pueblo a elegirlo libremente. ¿Cómo evitar que en nombre de “la paz”, se desconozca la voluntad popular y, por esa vía, se sepulte el sistema democrático?
Lo sucedido en nuestro país, durante los últimos años nos debe llevar a la reflexión. Necesitamos un Presidente que se sienta colombiano y compatriota de quiénes nacimos en estas tierras; que no subestime la capacidad del pueblo para elegir sus destinos, ni desconozca sus mandatos; que pueda entonar en coro, que se sintonice eblo para elegir sus destinos, ni desconoczca sus mandatos, qu e con cualquier campesino de la planicie, la costa, la montaña o la sabana “Ay que orgulloso me siento, de ser un buen colombiano”; que se identifique con los valores institucionales que nos dieron vida como nación y que no menosprecie nuestras convicciones culturales y religiosas: que se relacione con nosotros como conciudadano y no nos menosprecie como súbditos; que gobierne con sujeción a la Constitución y la ley y no de acuerdo a sus propios y particulares intereses; que honre la verdad y la palabra empeñada, respete la separación de poderes y venere la Justicia; que al dar a cada cual lo suyo, pueda acoger a quiénes lo apoyan y a quienes piensan diferente; que escuche las críticas sin considerarlas “delito de lesa majestad”… en fin, un Presidente que nos una y no uno que nos divida.
Necesitamos recuperar la confianza en nuestro gobernante, que la palabra recupere su pleno valor y que la verdad no sea reemplazada por la propaganda. Un Presidente que gobierne con el programa con el cual se hizo elegir; que, aunque pueda flexibilizar sus posturas, no haga lo mismo con los principios; que no se divorcie del mandato del pueblo y recuerde siempre que está sujeto a él.
La tarea del próximo Presidente será titánica. No sólo tendrá que recuperar la confianza de los colombianos en su mandatario, sino que deberá despertarnos la esperanza en un país mejor, invitarnos a la reconciliación real “desde la periferia”. Y si nos atenemos a las investigaciones que se han adelantado por cuenta de algunos precandidatos deseosos de averiguar qué quiere el pueblo colombiano de su próximo Presidente, además del combate sin tregua a la corrupción, sorprende uno de los resultados: Quieren un Presidente que “tenga temor de Dios”.
Si los candidatos a la Primera Magistratura deciden escuchar la voz del pueblo y honrar su mandato, deberían empezar por ser coherentes con lo que piensan, con lo que dicen y con lo que hacen, reconocerse honrados de representar a los suyos en sus creencias, convicciones y valores más arraigados. Reconocer principios superiores y no sentir temor de aplicarlos todos los días de su mandato.
Colombia reclama hoy, mucho más que un gobernante, un líder espiritual capaz de conectarse con el alma de su pueblo.