Tal vez uno de los programas de gobierno más ambiciosos en materia de bienestar en el país fue el presentado en 1994 por el entonces Presidente y hoy defensor consagrado de Gustavo Petro, Ernesto Samper Pizano.
El programa, que desde el principio y de forma coincidente con nuestra realidad actual planteó muchas dudas sobre su financiación, proponía el sueño de construir una Colombia “más fuerte, más estable y más equitativa”. El resumen, rápidamente parafraseado: poner al sector social a liderar las prioridades de la agenda de gobierno, beneficiando a los colombianos más pobres del país mediante políticas de salud, educación y cultura, para lograr un crecimiento económico sostenido del 6% anual.
La propuesta, como la de cualquier gobierno progresista, estaba diseñada en poesía magistral para endulzar los oídos de los colombianos más necesitados, y (auto) ensalzar los sentimientos altruistas de los sectores bienpensantes. El problema es que aunque la campaña se hace en poesía, el gobierno se ejecuta en prosa; y muy pronto, la realidad chocó con la ilusión desmedida que soporta la letra escrita.
En una coordinación casi que musical y como lo que pareciese ser el sello de la gran mayoría de propuestas de gobierno progresista, la campaña que “corrió la línea ética” y que incendió el país estimulando el resentimiento y la rabia para llegar al poder, entró a Palacio y colisionó con la realidad que supone enfrentar los desafíos de política pública desde la presidencia y no desde un teclado o desde el púlpito supremo y distante de la oposición populista.
Su apuesta con la que, como en el 94, acaramelaron los corazones de los más necesitados, revelaron la ingenuidad de muchos bienpensantes que hoy posan de incautos engañados e instrumentalizaron jóvenes para atacar -educidos por falacias- al gobierno anterior y defender una propuesta social mentirosa e irrealizable, terminó en un mayor fracaso que la del 94: Aniquilando caprichosamente los avances que en materia social había alcanzado el país y desahuciando los sueños del Estado de Bienestar a los que irresponsablemente se comprometieron en campaña.
La educación, que es el real catalizador del Salto Social, es una de sus víctimas ante la risilla burlona del ministro de Educación y el desorden caótico que se convirtió en el estilo de este desgobierno.
“Educación gratis para todas y todos” no fue sino un espejismo para seducir votantes jóvenes, pero nunca se pensó como un proyecto a materializar para lograr generar el cambio social que tantos anhelan. Con diatribas corrosivas, minaron la credibilidad en los avances en la materia que hasta el 2022 habían logrado los distintos gobiernos. Con mentiras y manipulaciones, desconocieron que el mayor presupuesto de inversión en educación se materializó en el gobierno del presidente Duque. Con artimañas perversas, incendiaron las calles para que jóvenes alienados con el virus, no del amor sino del resentimiento, salieran a exigir lo insostenible en un país como Colombia: condonación de los créditos del Icetex y gratuidad total en la educación.
Con el cinismo arrogante que los caracteriza, que los hace llamar siempre al baile al presidente Uribe para amplificar sus patrañas, calumniaron a Álvaro Uribe, diciendo que había convertido el Icetex en un banco y que ellos en cambio iban a abrir 500 mil nuevos cupos y a saltar de 4 a 14 billones de presupuesto para educación superior. Parole, parole, parole…
Hoy, sin el más mínimo sonrojo, el señor que se hace llamar Ministro, el mismo que estaba de fiesta mientras los estudiantes que creyeron en su proyecto no tienen como pagar su educación porque no hay giros, le informa al país que el presupuesto para la educación superior que era de 7,3 billones en 2024, se recortará para 2025 en 4,6 billones. (Es decir un 37% sin contar la inflación). También nos cuenta, después de un jajaja y de aducir que el Icetex nada tenía que ver con él, que se acordó que esa entidad sí es de su resorte, y que, este gobierno -y no el de Uribe como pretendieron hacernos creer- acabará definitivamente con ella para convertirla, ahora sí, en un banco.
No hay que hilar muy delgado para ver que el propósito del gobierno de Petro no es otro que ahogar la educación privada para hacerse a la materialización del sueño de la estatización del sector, y con ello comprar de forma perenne la conciencia y la libertad de millones de jóvenes estudiantes.
Triste saber que muchos de esos estudiantes que salieron a destruir el país incitados por el mismo gobierno que hoy los esclaviza y minimiza; ahora callan de forma casi que cómplice. Ojalá sus voces se hicieran oír nuevamente, y ojalá las calles se coparan con su presencia y con su ardentía, exigiendo libertad y justicia, necesarias para el Salto Social.