Una vez más se prendieron las alertas por la marcha del aparato productivo en el país. El último campanazo lo dio el DANE al revelar que el Índice de Seguimiento a la Economía (ISE) para noviembre pasado fue apenas de 0,4% con respecto al mismo lapso de 2023, lo que significa un retroceso en la tendencia positiva que traía el segundo semestre de 2024. De hecho, este indicador para octubre fue de 2,94%, cifra que había generado un optimismo moderado sobre la posibilidad de que el Producto Interno Bruto (PIB) del año pasado se ubicara cerca al 2% o incluso por encima.
Por el contrario, hoy las apuestas más centradas y objetivas sobre el PIB, que se conocerá en la segunda o tercera semana de febrero, no van más allá del 1,8%, evidenciando que el dinamismo productivo sigue de capa caída y no se presentó el esperado efecto rebote después del pobrísimo 0,6% con que cerró 2023. Incluso, el ISE enero-noviembre es de 1,7%.
Si se analiza este indicador del undécimo mes es claro que las señales de preocupación son justificadas. Hay decrecimiento marcado en las principales actividades primarias y secundarias. Dentro de las primeras, en donde se ubican el agro y las minero-energéticas, la caída de la producción rural sorprendió, ya que el campo se había convertido durante gran parte del año en el salvavidas económico. Y en lo que hace a la industria extractiva su reiterada ruta negativa se esperaba, pues es el resultado de las controvertidas políticas gubernamentales en la materia.
En cuanto a las actividades secundarias, es evidente que la industria y la construcción nada que levantan cabeza, un escenario muy complicado no solo porque se trata de rubros intensivos en la demanda de mano de obra calificada y no calificada, sino porque ambos tienen un efecto transversal sobre el resto del aparato económico. Si esos sectores no carburan será difícil que el conjunto de productos, bienes y servicios se recupere. Lo más alarmante es que en 2025 el panorama no pinta mejor, ya sea por la reducción en la producción manufacturera o por la profundización de la crisis en vivienda, agravada por el recorte de subsidios y otros beneficios estatales. Si bien el comercio y consumo siguen reactivándose, están lejos de los porcentajes de años atrás.
Paradójicamente, dentro de las actividades terciarias de la economía hay algunas que muestran algún repunte, pero no el suficiente. Los gastos de la Administración pública y defensa jalonan en algo, seguidos de salud, educación, actividades artísticas, entretenimiento y recreación. Aquí se concentra mucha de la inversión pública, la misma que ahora se está recortando para contener el abultado déficit fiscal.
Aunque de tanto repetirlo y suene como frase de cajón, resulta innegable que la única forma de revertir este lesivo rumbo económico es la implementación de un verdadero, efectivo e integral plan de reactivación. El mismo que los gremios, academia, analistas y centros de estudios especializados llevan dos años urgiendo que se concrete, sin obtener una respuesta positiva y decidida de un gobierno que, por el contrario, apuntala proyectos de reformas y políticas sectoriales que combaten frontalmente la iniciativa privada, espantan la inversión, marchitan los rubros más rentables del aparato productivo y, como si fuera poco, generan una desestabilización e incertidumbre permanentes en el clima de negocios y la psiquis empresarial.
Se trata de un cuadro circunstancial sobrediagnosticado en el que es casi imposible un rebote económico. De hecho, como lo hemos advertido en estas páginas, ese bajo rendimiento de los sectores más importantes de la economía explica por qué el recaudo tributario lleva más de dos años cayendo de forma sustancial. Con crecimientos de 0,6 en 2023 y un proyectado de 1,8% para 2024 esperar que los ingresos corrientes de la nación por impuestos, divisas, regalías y otras transferencias se incrementen de forma sustancial es un cálculo que riñe con el sentido común. Y ese retroceso, a su turno, explica por qué el Gobierno Nacional Central arrastra en estos momentos un déficit billonario y estructural que lo ha obligado a aplicar recortes cuantiosos a los presupuestos del año pasado y el que arranca, muy por encima de lo que proyectaba recaudar con el hundido proyecto de ley de financiamiento.
Habrá que esperar qué pasó con el ISE de diciembre y el PIB definitivo de 2024. Vislumbrar repuntes sustanciales se acerca más al deseo que a la realidad. Colombia atraviesa una intrincada situación económica cuyas causas y consecuencias están a la vista. Lo grave es que pese a ello no se vislumbra un timonazo en las políticas de la Casa de Nariño, sino, por el contrario, una reafirmación de una hoja de ruta comprobadamente ineficaz y cuasi-recesiva.