Todos los colombianos soñamos con ver hecho realidad el proyecto de sustituir los cultivos ilícitos y conocemos los grandes esfuerzos de diferentes gobiernos para lograrlo. Luego no es una empresa nueva ni mucho menos. Hoy pensaríamos que tenemos basta experiencia sobre el asunto, sin embargo no hemos logrado hacer un laboratorio serio, por lo menos de largo aliento, que permita avizorar la luz al final del túnel.
Analizando el tema entendemos que no solo conquistando la buena voluntad y compromiso de parte lograremos un cambio radical en este campo. Urge contar con recursos económicos suficientes para motivar y sostener el tránsito de los cultivos ilícitos a cultivos de plantas lícitas, tarea titánica pues estos colombianos se han acostumbrado manejar un negocio que si no es fácil, por lo menos les soluciona el día a día para ellos y sus familias, contando al cosechar con una comercialización en el mismo lote de producción, sin tener que recorrer grandes distancias con el producto y mucho menos esperar semanas enteras para recibir el provecho de la negociación. Por otro lado, no deben enfrentar una serie de requisitos insalvables contemplados en la ley, difíciles de entender y salidos de la lógica campesina, lo que obliga recurrir a intermediarios, muchas veces deshonestos o aprovechadores de la situación. Algunos se preguntan cómo vivían estas familias y núcleos sociales antes de la bonanza cocalera, obteniendo por respuesta que los hoy agricultores de la coca nacieron en medio del auge y no conocen ni les interesa otro tipo de alternativas, porque se han acostumbrado a lo lucrativo del negocio.
Los defensores del cultivo invocan el uso ancestral del producto, utilizado como medicina o alternativa para mitigar el hambre y cansancio, sosteniendo que son cosas diferentes la coca en hoja o planta, frente a la cocaína como estupefaciente. Convertido este en problema nacional de salud, junto a sus derivados, la réplica es lógica y salta a la vista: en Colombia las mayorías no son indígenas ni dependientes de este producto como práctica ancestral. En cambio sí debemos encarar serios conflictos de diferente índole frente a la cocaína, químico extraído de la hoja de coca.
Pero retomemos la sustitución, que es el eje de esta nota, para puntualizar que los cultivos se instalaron en diferentes departamentos y apartadas regiones, diversificando por ello criterios, estrategias e intereses, con escenarios cambiantes y organizaciones mutantes, obligando a tácticas gubernamentales diferentes en cada región. Esto dificulta aún más la puesta en marcha de un programa nacional de sustitución de cultivos. Como este concepto no es nuevo, seguramente el Gobierno estará pensando unificar el proyecto en una sola gerencia, con disímiles enfoques de acuerdo a cada sector, donde se facilite la gestión económica para el agricultor, protegiendo su familia.