La baja productividad del Congreso -fábrica de leyes- en temas sensibles, sigue dando pie a que la Corte Constitucional legisle, como lo ha hecho frente al matrimonio homosexual, la familia, etc. Esta vez ha decretado la extensión de la eutanasia (de eu, bueno, thanatos, muerte) a pacientes que sufren enfermedad grave e incurable, aunque no se encuentren en estado terminal, requisito previo éste de una sentencia que data del año 99. Pero me parece un fallo justo, es decir, que consulta la justicia, entendida como ese principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde, pues creo que en cabeza de un paciente de gravedad extrema e irreversible la vida no debe prolongarse dolorosa, artificial e inútilmente, porque se convertiría en una tortura infinita, cruel e inhumana.
Apoyo a la Corte al despenalizar el homicidio por piedad, tipificado en el art.106 del Código Penal; pero nuestra Iglesia ha sido categórica respecto de esta forma de manejar el asunto, reiterando que Dios es el dueño de la vida y de la muerte, lo cual no se discute. El tema es si se debe prolongar artificialmente la vida por cuenta de los hombres, por la voluntad y sapiencia de unos médicos y de su tecnología asociada; sobre este tópico, Elisabeth Kubler- Ross, afamada siquiatra suiza, experta en la vida y en la muerte (q.e.p.d.) dijo: “Rotundamente no. No hay que acortar ni alargar la vida. Hay un momento adecuado para cada persona, el tiempo de morir”. Ratzinger, mi Papa de cabecera, anotó: “Existen formas e intentos de alargamiento que yo también considero violentos y a los que me opondría”, seguro pensando en procedimientos y mecanismos invasivos de intubación, conexión por cable, o reanimación por vía artificial que pudieren resultar infructuosos y en fin de cuentas “peores que la enfermedad”.
La muerte digna -ortotanasia- encuentra en la eutanasia el mecanismo idóneo para alcanzarla, contrario ésta a la distanasia, que apunta a retrasar la muerte lo más posible, llegando al extremo del encarnizamiento sobre el cuerpo de un paciente exánime. Porque morir dignamente es una opción de vida; sería, como lo han expresado estudiosos del tema, una extensión natural del derecho fundamental a vivir dignamente. Kubler- Ross, nombrada por la revista Time en el 99 como una de las más grandes mentes del Siglo, describió las diferentes fases del enfermo según va llegando su muerte: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. “La gente no tiene miedo a morir -escribió-, la gente tiene miedo es a morir en una unidad de cuidados intensivos, alejada del alimento espiritual que da una mano amorosa, separada de la posibilidad de experimentar las cosas que hacen que la vida valga la pena”.
No creo, en fin, que el martirio de un ser humano puesto en estado vegetativo persistente sea grato a los ojos de Dios, a cuyo tiempo de encuentro supremo no podemos dar largas.
Post-it. Por ocho años murió con vida artificial Ariel Sharon, pagando 335.000 euros cada año, y a Michel Schumacher le cuesta US $140.000 semanales por rodar en una vía sin retorno. ¿Será justo?