Esta semana en una charla de amigos, que tratándose de los míos suele convertirse en política, un personaje al que le tengo inmensa admiración, bastante respeto y a veces, hasta cariño, me dijo: Usted tiene una gran audiencia que le cree, es una mujer formada y muy inteligente. No debería insistir en estar hablando todo el tiempo de Gustavo Petro y de este desgobierno. Usted puede enriquecer el debate. Hágalo y proponga cosas que pongan a pensar a la gente en lugar de darles más razones para quejarse…
Luego de agradecerle su delicadeza con tan generoso halago, no puedo negarles que al principio quedé algo contrariada y hasta me atreví a reprocharle su postura pues consideraba que era esa desidia mezclada con un toque de apatía local, lo que nos había llevado no solo a elegir el que yo considero uno de los peores gobiernos de nuestra historia republicana, sino a tolerar con laxitud institucional todos sus caprichos.
Posteriormente, entre risillas discretas, me burlé de él en mi cabeza. ¿De qué deberíamos hablar entonces, amigo? ¿Del vestido de Tutina?, ¿Del precioso techo robotizado de flores de “la Boda Real”? ¿De por qué alguien a quién ambos conocemos muy bien, siendo primo del novio, no fue invitado a tan magno evento?. O mejor, ¿qué tal si hablamos de la pinta de Karol G en los MTV, o del fan que pretendía filmar por debajo del vestido de Shakira, o del carro que le regaló Maluma a su novia Susana tras el nacimiento de Paris?
Sí, sin duda me esforcé en reducir y banalizar su comentario y lo logré con éxito (Además de darme cuenta que, aunque niegue entre desdén y alguna pretensión de superioridad intelectual que sean temas que me interesen, tengo vasto conocimiento al respecto)
Más tarde, me permití unos minutos de reflexión con algún trazo de madurez, y de forma casi que espontánea en mi elucubración, me encontré coincidiendo con él en la necesidad de enriquecer la conversación de actualidad nacional, trascendiendo la agenda que los dislates del gobierno pretenden imponernos cada semana y construyendo excusas para un diálogo más rico y nutritivo.
Pues bien, abrí entonces el espacio para el mea culpa. Es cierto que muchos estamos sin darnos cuenta, reduciendo el debate a lo que nos “ordenan de Palacio”. Yo por ejemplo que he sido una férrea defensora del valor de las ideas en la discusión por su capacidad de anteponerse y resistir cualquier tipo de liderazgo personalista, en esta atelana en la que se ha convertido la experiencia diaria de vivir a la colombiana de repente me observo olvidándome de tantas cosas interesantes para auscultar y termino, generalmente, reduciendo mis divagaciones a constantes diatribas alrededor de lo que el señor que hoy nos gobierna representa.
Y sí. No es fácil apartarse de esa tendencia, considerando que cada vez que usted abre el periódico con el primer café del día, encuentra en portada una serie de hechos subsumidos en titulares que dan cuenta del deterioro en el que como país nos encontramos y la rapidez con la que pretenden, con total imprudencia, jalonearnos hacia el abismo. No es fácil, pero creo que es parte del deber que tenemos todos nosotros como ciudadanos. Y digo todos, porque sin excepción siempre hay una audiencia que nos sigue. La mamá, las tías, el chat de los del colegio, con los que juega futbol - o dado el último grito de la moda, pádel-, o las vecinas del barrio.
En el mundo están pasando muchas cosas. La “Brisa liberal” (parodiando la expresión chavista que tanto daño le ha hecho al hemisferio), se está tomando Latinoamérica. Un economista de apellido Milei, amante del fútbol, le está devolviendo con valentía y determinación la vida a una Argentina que agonizaba. Una marquesa con un discurso demoledor, movilizó al congreso español para que reconociera a Edmundo González Urrutia como el legítimo presidente electo de Venezuela. Un consultor político de derechas, que se declara admirador de Milei y Bukele, montó un partido que se llama “Se acabó la fiesta” para destapar la corrupción y se hizo a tres escaños del Parlamento Europeo. Una valerosa mujer venezolana, mantiene en jaque al régimen de Maduro. Y así, infinidad de cosas se mueven en el mundo y pueden servirnos de inspiración, para que estos cuatro años de política local, sean solo uno de nuestros peores recuerdos.
Dicho todo eso, dejo constancia en esta columna que, en un pequeño acto de rebeldía, decido apartarme de esa sensación de servir de útil caja resonancia perenne. Qué bonito sería que conversar se convierta también en una fuerza de resistencia.