La revelación de más del 80% de las actas de escrutinio de las elecciones presidenciales en Venezuela por la representante del Centro Carter, en reciente sesión del Consejo Permanente de la OEA, debe poner fin a la inútil expectativa de que el CNE de Venezuela proceda a la divulgación de las mismas. Actuando en su condición de observador electoral, debidamente invitado y reconocido por el gobierno de Venezuela, explicó que esas actas que arrojan la victoria de Edmundo González son “originales y, tienen un código QR que es significativo y que les permiten a los testigos de miles y miles de mesas recabar información de manera sistemática". Además, indicó que la "falta de transparencia del CNE venezolano y su negativa para brindar los datos de las mesas de sus máquinas y de las actas para explicar la declaración de un ganador no cumple los estándares internacionales".
La claridad del dictamen del Centro Carter obliga a una nueva reflexión del gobierno colombiano que no debe persistir en su posición de que “si no hay presentación de las actas, no hay reconocimiento”, más aún cuando el canciller Murillo ha expresado que “hay serias dudas de legitimidad y legalidad que se tienen que disipar”. La grosera reacción del ministro Iván Gil contra el canciller Murillo, en la que con desmedida impropia de su cargo expresa: "Canciller Murillo, ni usted ni ninguna institución colombiana tienen el derecho y mucho menos la moral para hablar de Venezuela”, acusándolo de "injerencias groseras de buscar titulares que solo disfruta la derecha paramilitar y fascista", resulta torpe señalamiento para justificar el latrocinio de las elecciones.
La paz y el regreso de la democracia en Venezuela importan a todo el hemisferio y son especialmente vitales y determinantes para el futuro de Colombia. No en vano hemos procurado coexistencia pacífica y colaborativa con la dictadura chavista, a pesar de la volubilidad de sus gobernantes, de los intereses hemisféricos y extra continentales encontrados que la han caracterizado, y del albergue que han dispensado a varias de las organizaciones armadas ilegales colombianas. Hoy esa volátil convivencia se halla bajo prueba, no solamente por el ignominioso fraude electoral, sino también por los efectos del conflicto en el Medio Oriente que tiene capacidad de metástasis en el continente americano y cuyos alcances no deben subestimarse, ni mucho menos ignorarse. A pesar de su estruendosa derrota electoral, Maduro goza del apoyo y presencia en Venezuela, de Cuba, China, Irán y Rusia y de la organización terrorista de Hezbollah, unidos por su inagotable propósito de desaparecer a Israel de la colectividad de las naciones.
El presidente Petro ha tomado partido a favor de esa heteroclítica coalición cuyos efectos limitarán los contenidos y capacidades de Colombia por la paz y seguridad hemisféricas y acrecentarán las amenazas de violencias y conflictos de las que seremos más víctimas que beneficiarios, porque por obra de erráticas e ideológicas decisiones y concepciones, no contamos hoy con capacidades militares disuasivas, ni sus fines se corresponden con los más altos intereses nacionales.
Los pesos y contrapesos que en el pasado han logrado conjurar amenazas de conflictos devastadores no asoman hoy, como que pareciera que cualquiera que sea el resultado de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, no se anticipan las capacidades para enfrentar los retos del presente.
En los escenarios que podrían convertirse en realidad, las elecciones democráticas serían restringidas, o se haríán imposibles, asegurando la continuidad de los inamovibles gobernantes para desgracia perpetua de sus gobernados.