Elecciones y corrupción | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Marzo de 2018

La renuncia del presidente de Perú, PPK, es una prueba más de cómo Odebrecht había logrado penetrar en las altas esferas del poder público de América Latina. La corrupción estremece los cimientos de la democracia presidencialista del continente. Ha dejado de ser un problema en la democracia para convertirse en un cáncer de la democracia. Esa enfermedad letal avanza a la par de la captura del sistema representativo por el gran capital, fenómeno que hemos planteado varias veces en esta columna.

Entre nosotros, las medidas contra la corrupción se anuncian con todas las luces pero se opacan rápido entre una burocracia judicial que parece diseñada para no funcionar. Las reuniones y declaraciones de las cabezas de los organismos de control, “para coordinar acciones contra el delito”, se suceden a diario pero resultan muy poco eficaces. Además, las decisiones sobre los comprometidos en el “affaire” Odebrecht se han dilatado sin razones conocidas. Cuando se trata de penalizar a congresistas, políticos y funcionarios de provincia la justicia actúa con la debida  prontitud y severidad. Por el contrario, cuando los implicados son de la élite capitalina se actúa con laxitud y morosidad.

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Con las excusas tardías del Registrador sobre el reparto de los tarjetones para la consulta entre Duque, Marta Lucía Ramírez y Ordóñez, ha caído un manto de silencio sobre las elecciones para Congreso de la República del 11 de Marzo pasado, perturbado solo por los señalamientos a la candidata al senado Aída Merlano. Sin embargo, se siguen oyendo las quejas ciudadanas sobre las dificultades para entender los extensos tarjetones y son notorias las cifras de votos nulos y de votos en blanco. La proyección de 11 departamentos sin Senador de la República - en el periodo 2014/18 son 13- y las votaciones de dudoso origen por candidatos en tierras distantes de su solar nativo, indican, nuevamente, que la Circunscripción Nacional para Senado (CNS) es la causa de prácticas electorales reprobables que acrecientan la desconfianza en la legitimidad del Congreso Colombiano.

Gran parte de esas prácticas se atribuyen al voto preferente que, entre otras cosas, convierte en adversario a los aspirantes de un mismo partido y estimula las microempresas electorales. No se advierte que el voto preferente es transitorio, se debe aplicar solo mientras se organizan los partidos.

Lo cierto es que la CNS condujo al voto preferente. Fue la manera de obviar la democratización de los partidos, con el pretexto válido de que la consulta interna en toda la nación es impracticable. Para responder a esas preocupaciones se ofrecen permanentemente reformas políticas en las que no se contempla abolir la CNS. Así, no  hay reforma que valga. Realmente, es un imperativo abolirla por las perversidades que esa institución ha incubado en las costumbres políticas y porque ella no corresponde a la esencia de los congresos: Presupuesto y Regiones, como diría el  Cofrade. No se puede ignorar, repito, que hay hoy 13 departamentos sin un solo Senador. Ese dato debiera bastar para volver a la Circunscripción Departamental para Senado de la República.

P.S: Hace bien Duque en negarse a la negociación clientelista del poder. Por eso, vuela alto.