Antes de encomendar su espíritu a su Padre, de expresar que tenía sed y de sentenciar --como postrera frase- “todo está consumado”, Jesucristo pronunció la post- frase del título de esta nota: “Dios mío, por qué me has abandonado”, que resulta muy recurrida en tiempos de esta inédita cuaresma cuarentenaria, en que la humanidad se bate a muerte contra el maldito Covid-19, que no se sabe a ciencia cierta si lo inventaron los científicos chinos en un laboratorio a manera de arma bacteriológica para soltar la gata de la Tercera Guerra Mundial o los carniceros de Wuhan, en la provincia china de Hubei, revolviendo un novedoso caldo de cultivo a base de murciélago y culebra. Sabrá Cristo, con quien debemos repetir, en coro, su primera “Palabra”: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Esta ápoca de Semana Santa es la más propicia para enfrentar de manera inteligente el flagelo, porque todos estamos obligados a reflexionar en medio del confinamiento y los cristianos, además, a rezar. Pero no sólo los cristianos. Me ha impactado la noticia del sacerdote italiano Giuseppe Berardelli muerto en un hospital de Lovere, en la golpeada diócesis de Bérgamo, luego de rechazar el respirador para ofrecerlo a un paciente más joven, gesto que lo enaltece como verdadero mártir; dicen en la redes que varios de quienes estuvieron con él conocieron de su amor por el prójimo, de su afecto, de sus rezos contagiosos de esperanza y lo más impactante, que algunos de sus cercanos, ateos de profesión, se han convertido al cristianismo. No alcanza a ser milagro, claro, pero es un hecho notable, que nos pone a pensar con espíritu amplificado sobre lo que está pasando, sobre nuestro accionar, sobre el bien y el mal…
Siempre hemos escuchado, en el decir popular, que cuando se produce una tragedia o catástrofe -tipo temblor de tierra- los primeros que imploran la ayuda divina son los ateos en quienes obra, con el temor a flor de piel, una impensada conversión exprés… y es que el verdadero rostro de Dios aparece, precisamente, en el sufrimiento. Elí, Elí, lama sabactani. Es ese temor a Dios -el único temor hermoso que existe, le oí decir a Álvaro Gómez- el que nos hace repensar cosas, como lo que relata Ratzinger al recordar que un obispo le dijo que los pobres invierten en la vida, que desean ver su futuro en los hijos, mientras los ricos invierten en las cosas. Ese materialismo es el que está llevando la peor parte en este flagelo que ha puesto de rodillas a los más ricos, porque son los que más cosas pueden perder cuando sólo quede piedra sobre piedra, algún día -ojalá lejano- cuando se cumplan las escrituras, que ahora nos están mandando un mero preludio.
Post-it. Me quito el sombrero ante el señor presidente Duque, por su liderazgo, como timonel indiscutido en medio de este mar de lágrimas y ante su equipo de trabajo, idóneo, proactivo…ellos constituyen el mejor sello de garantía para el optimismo, porque de esta saldremos al otro lado, heridos, contritos, pero más creyentes, más humanos, más considerados para con la por nosotros aporreada naturaleza. ¡Ánimo!