Hace unos días, el profesor Juan David Zuluaga escribía: “ha llegado el día en el que valen tanto la sapiencia y la erudición del maestro como la nesciencia (ignorancia) de los aprendices. Ha llegado el día en el que los alumnos no quieren un profesor sino un recreacionista”.
En efecto, lograr que todos los estudiantes estén en el mismo nivel y se emocionen dentro de su proyecto de vida por tener un rendimiento satisfactorio es algo que pareciera imposible hoy en día, pues, quienes hemos ejercido la docencia ya por más de treinta años y, somos de los pocos rectores que aún siguen impartiendo al menos un curso académico a estudiantes de pregrado, encontramos en ocasiones que el estudiante, o está desmotivado, o sus profesores no lo emocionan.
Siempre les digo a los estudiantes una frase de un santo moderno: “Soñad y os quedaréis cortos”. Pues bien, eso tiene para mí mucho que ver, cuando en clase de Teoría General del Estado, el doctor Vladimiro Naranjo Mesa, nos hablaba de Atenas y las guerras con Esparta; del Capitolio romano, del Parlamento inglés, del congreso norteamericano, e incluso de la “Casa del Florero” y, uno, un muchachito de dieciséis años de una capital departamental se transportaba a ese mundo, con la obsesión de conocerlo, y así fue.
Ese ímpetu de contrastar la lectura con el ver, para consolidar el saber, es algo de la emocionalidad que el docente ha de imprimirle a su clase. No es ser un profesor chistín, que sobrelleva la sesión contando chistes malos; o la del profesor chef, que enseñaba a hacer tostadas francesas en clase de laboral; o el profesor karaoke, que buscaba caer en la letra de sus diapositivas; o el profesor pergamino, por el color de sus apuntes, nunca actualizados, que se resisten al paso del tiempo y a los cambios normativos; o el profesor camaleón, que así le digan que debe impartir determinado espacio académico, lo que hace es cambiarle el nombre a una vieja presentación de acetatos o de un power point con fondo blanco y lleno de letras sin ningún atractivo ni motivación de complementar las notas; o el profesor cirujano, que primero los duerme y luego “los raja”, etc. Hay más categorías, pero cada uno sabrá en cual lo califica su público.
La ganadora del Global Teacher Prize Keishia Thorpe, -premio que ha tenido a varios docentes colombianos como finalistas: Sindey Bernal, Jhon Alexánder Echeverri, Katerine Franco y Alexánder Rubio-, ha definido las virtudes del buen docente: un profesional con habilidades socioemocionales, que forma a los estudiantes a partir de sus necesidades individuales, los evalúa desde sus habilidades, los prepara para el futuro y logra que sean exitosos dentro y fuera del aula de clase.
Un buen docente debe entrar al salón como el mejor artista en su puesta en escena, buscando que ese tablado sea un espacio de aprendizaje transformador, que le permita al estudiante quedar con inquietudes para promover en ellos el aprendizaje autónomo complementario a la sesión de clase. Yo creo que sí necesitamos docentes recreacionistas, pues recreación es la “acción o efecto de causar placer o diversión”: eso es una buena clase.