Cali, mi querida ciudad adoptante, ahora se escribe con K, de Kabul, porque en días pasados nos sentíamos allí, en la mismísima Afganistán. Las noches eran una pesadilla sin fin para quienes tenemos el infortunio de ser vecinos de la Univalle, otrora sede de la sana academia, con excepcionales profesionales exportados a la Nasa, últimamente a Marte, pero ahora funge de laboratorio de petardos y papas bomba y como sede de los cuarteles generales de la Revuelta.
Y tratan de vendernos la idea de que la trama consiste en una protesta pacífica por la inconformidad, primero contra una reforma tributaria que nadie conoce -menos los aborígenes y los estudiantes, que nunca pagan impuestos- y luego transmutada en una protesta irascible contra todo lo que se mueva y contra las cosas inanimadas, como la infraestructura del Masivo Integrado de Occidente (MIO) que ha quedado inservible y los principales perjudicados son los mismos vándalos que no obstante no pagar pasaje -porque se cuelan- sí se movilizaban en sus articulados.
Cruzando a pie el “retén” de Meléndez pude observar a un comandante joven, alto, afrodescendiente (no pude identificar su acento), llamando a los muchachos a una selfie para certificar el reporte de la tarde de cómo iba el bloqueo de la calle 5. Tienen que rendir cuentas a sus jefes -cuya identidad todos presumimos- para justificar su “salario” por un trabajo en causa ostensiblemente ilícita; dueños de la calle, llegaron al extremo, sobre todo los aborígenes, en otros puntos de la ciudad, de cobrar peajes y pedir identificación a los transeúntes de bien para ver quién podía pasar y quién no. Fueron, por días, la nueva autoridad, la “Nueva Ley”, como dirían los campesinos elementales y buenos de mi tierra y uno de ellos me hizo caer en la cuenta de que cuando el Presidente de la República empezó a desarrollar “malicia indígena”, ya los indígenas se le habían metido hasta en la sopa.
Algunos comentaristas lo señalaban y en redes proliferaban malos augurios: la democracia, si no se le hace mantenimiento, se daña. Nuestra Patria sigue acorralada por el covid-19 (que se tiró la economía), por algunas mingas descarriladas, por el narcotráfico, las guerrillas y bacrim de todos los pelambres -que ya hacen rebrotar las masacres- y por la violencia callejera, todo lo cual sigue convirtiendo a nuestro país en un lamentable caso de policía. La respuesta del gobierno ha sido lánguida y luego de quince días apenas trata de recuperar la movilidad en Kabul. Noches eternas, de miedo, esperando a que las turbas enardecidas -alteradas por el licor y la maracachafa- acaben con todo lo ya construido, hasta con los símbolos pétreos de la historia…Campanazo de alerta, si no mejoramos todos y no mejoran las instituciones.
Post-it. Nuestros caminos con el Padre Joaquín Sánchez -dentro de la Compañía de Jesús- se cruzaron varias veces, como Decano de Comunicación, como Rector de la Javeriana y últimamente, cuando nuestra afición por la fiesta brava nos llevó a la monumental de Cañaveralejo, cuando había feria. Dios te guarde en su eterno redondel, querido Joaco. Gracias por tu amistad.