Lo dijimos la semana pasada. Colombia no debe aprobar el Tratado de 1967, que regula el espacio ultraterrestre, incluso la luna y otros cuerpos celestes, ni menos ratificar la III Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar de 1982, sencillamente porque chocan contra los más elevados y achos intereses de nuestra Patria. Punto. El primero nos hace perder por siembre nuestras pretensiones -así sean quiméricas- sobre la órbita geoestacionaria a la que subyace privilegiadamente nuestra tierra ecuatorial y el segundo nos enreda más el tema con Nicaragua que pretende tragarse San Andrés y vecindario con el cuento de una plataforma continental extendida, a la que hace referencia un tratado del que no somos parte.
El daño que nos ha hecho la Corte Internacional de la Haya frente a Nicaragua al privarnos de la soberanía sobre más de 70 mil kilómetros de Mare Nostrum es irreparable. Y nos volvieron trizas el Tratado Esguerra-Bárcenas de 1928 -ad portas de celebrar un siglo de vida- y nos movieron el meridiano 82 hasta el 80, pero a favor de la dictadura nicaragüense. Y mientras, nuestros funcionarios de cancillería estaban en la órbita geoestacionaria, quizás colgados de los asteroides Roncador y Quitasueño, porque nos dejaron en manos de unos Presidentes de la República que no sabían lo que hacían, pues frente a Nicaragua no teníamos nada que ganar y sí mucho que perder y hemos debido denunciar (para retirarnos) el Pacto de Bogotá -que reconoce la jurisdicción de la Corte- desde el 2001, cuando Nicaragua presentó la demanda y no en el 2012, después del fallo de marras, falla jurídica aquélla que nos cayó como el huracán Iota.
Pero, retornando a nuestra órbita, la humanidad hace años se lanzó a conquistar el espacio ultraterrestre, los rusos con el Sputnik, en el 57 y luego los americanos con el Telstar, en el 62, satélites puestos a trabajar en órbita, con enormes utilidades en el campo de las telecomunicaciones. Pero acá nos la pasamos diciendo que “somos muy pobres y vivimos muy lejos”, pidiéndole rebaja a todo, y el presidente Turbay Ayala contrató un lanzamiento, pero Belisario Betancur lo desbarató diciendo que era muy caro, que con esa plata se podían hacer muchas escuelitas y hospitales (lo mismo que con el Mundial de Fútbol del 86) pero al fin no hicimos ni lo uno ni lo otro y nos quedamos sin la soga, sin el ternero y sin el balón.
Y los proyectos satelitales Satcol, Cóndor, Andesat no pudieron despegar, dizque por caros. Con un satélite artificial en órbita, nuestro país estaría volando en materia de integración telefónica, imposible por nuestra quebrada topografía, y debimos contentarnos con el Libertad I, satélite en miniatura de la Universidad Sergio Arboleda, cuyo Observatorio Astronómico, comandado por el ingeniero Raúl Joya, se ingenió la forma de ponerlo en órbita el 17 de abril de 2007, cuando despegó desde el Cosmódromo de Baikonur, en Kazajstán y mandó una gran cantidad de señales y datos telemétricos. Fue un acontecimiento heroico y le mandó al gobierno un mensaje sutil, pero directo a la torre de control.