Ernesto Rodríguez Medina | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Junio de 2015

Una revolución pacífica

 

“Su candidato tiene sesenta años: si la generación anterior a la nuestra no fue capaz de crear el SENA, mucho menos capaz será de dirigirlo”, con estas contundentes razones el director general de la entidad, Rodolfo Martínez Tono, se disculpó ante el entonces presidente Guillermo León Valencia por no designarle a un recomendado suyo en un alto cargo regional. En otra ocasión le manifestó a doña Bertha de Ospina “Su candidato es muy bueno, pero necesitamos otros cinco para escoger el mejor... por concurso”.

Radiografías de un carácter y de una personalidad que protegieron en su tiempo de las intrigas burocráticas, a un organismo que llegó a ser modelo en su tiempo a escala internacional, pero que al retiro de su fundador perdió su espíritu y su norte. Hoy, pese a su gigantismo, no los ha recuperado.

Así era Martínez Tono, un joven cartagenero, dueño de una arrolladora personalidad, que en 1957 convenció a la Junta Militar para crear el SENA dentro del Decreto Ley del Subsidio Familiar. Veinte años duró al frente del timón, haciendo su "revolución pacífica", como él la llamaba. Había comenzado dirigiendo un pequeño instituto nocturno, usando las aulas de la Universidad Nacional y logró su sueño con la asesoría del SENAI del Brasil y de la OIT.

Tuvimos la fortuna de conocerlo a principios de 1963, en la inauguración del Centro Industrial de Bogotá. Al inquirirnos nuestra opinión, le respondimos: "¡Una gran obra, pero clandestina!". De inmediato nos dijo: “Pues véngase con nosotros y ayudemos a sacarlo de la clandestinidad”. Esa ayuda duró diez largos, fructíferos e inolvidables años, siendo testigos de primera línea de cómo, con sus "golpes mensuales al subdesarrollo", iba  inaugurando modernas y bien dotabas sedes, a todo lo largo y ancho del país. 

Con acrisolada transparencia en su gestión y una fe inquebrantable en su empeño capacitador, este místico visionario fue levantando uno de los pilares fundamentales y determinantes de nuestro desarrollo. Sin embargo, como  era obsesivo en la preservación de su legado, para no dejarlo contaminar de la politiquería rampante, ésta le terminó pasando cuenta de cobro, defenestrándolo y tomando posesión de sus recursos.

 

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Adenda

Y olvidándolo. Aunque ingratamente la gran prensa ignoró su muerte, su legado vive en esos veinte millones de colombianos que se promocionan social y económicamente, gracias a su formación para un empleo digno y productivo.

ernestorodriguezmedina@gmail.com