Una cuestión mental
Nuestro último comentario semanal hacía relación a cómo el quehacer presidencial de Juan Manuel Santos, a mitad de su camino como mandatario, arrojaba infortunadamente más frustraciones que logros concretos. El problema radica en la inoperancia y en el entrabamiento del aparato estatal, producto de la ineficiencia e ineficacia -que no es lo mismo- de los millones de burócratas de su Administración, y esto en casi todos los sectores y todos los niveles.
Es claro que el Presidente se ha empeñado en mejorar las relaciones con sus gobernados -comenzando por cambiar el estilo de tratar a la oposición- y ha buscado destrabar el aparato administrativo, disminuyendo la tramitología o el papeleo. Pero esto no ha sido suficiente, pues el mal, al parecer, reside en la mentalidad de nuestros funcionarios. Comenzando porque muy pocos se consideran servidores públicos, con las obligaciones que todo esto conlleva.
Desde que hemos trajinado el noble oficio periodístico, hemos sido no sólo testigos sino víctimas de quienes detentan el poder burocrático y lo usufructúan en nombre de sus padrinos políticos. Consideran sus puestos verdadero botín político y como tal lo disfrutan. Parece que a nadie responden por sus actos y por sus falencias. Y ese botín es gigantesco y no para de crecer, ahora con las llamadas “nóminas paralelas” o asesorías de tiempo parcial y dedicación para nada exclusiva.
Nadie parece saber a ciencia cierta cual es el número exacto de funcionarios públicos. Unos hablan de un millón y otros de millón y medio. Todos ocupando plazas a puro dedo. La tan cacareada “meritocracia” tan solo ha servido para cambiar requerimientos a la medida del nominado y a las necesidades de compadrazgo del nominador. Y entre más incompetencia mejor paga.
Lo único cierto es que sin una mucho más rigurosa, indiscriminada e incluyente selección de candidatos a las posiciones oficiales, con más y mayores requerimientos académicos y de experticia, así como con una más persistente y constante evaluación de resultados, poco será lo que mejore nuestra Administración Pública. Es un hecho: nuestro modelo burocrático es paquidérmico, obsoleto y absolutamente ineficaz. Por eso estamos como estamos.
Santos, que llegó con la consigna de “Buen Gobierno”, debería dedicarle su resto de período a dejar sentadas las bases de una verdadera reingeniería estatal. Tiene que empeñarse en una reforma socio-técnica administrativa, para poder sincronizar los tiempos y las metas del desarrollo nacional.
Nuestra baja productividad oficial no obedece a la costumbre sino a toda una cultura. No se sirve al interés general sino a particulares intereses y motivaciones politiqueras. La atonía y el desgreño reina en muchas oficinas públicas, hasta el punto que si las sistematizamos y las colocamos “en línea”, lo único que hacemos es sistematizar el caos. ¿O esto no es lo que sucede en la salud, en las obras públicas, en la educación, en la justicia?
Antítesis.¡La mentalidad ganadora de una Mariana Pajón!