La polarización en la que se encuentra el país no es constructiva y por el contrario desgasta y angustia.
Creo que haber puesto a los colombianos a enfrentarse en torno a la paz fue una estrategia en extremo equivocada. Su creador, el mismísimo Premio Nobel de Paz, quien con su usual habilidad de poner a pelear a todo el mundo, logró vendernos la idea de que quienes dijeran NO en el plebiscito eran partidarios de más guerra. Con esa visión corto placista e incapaz de reconocer que el poder se acaba, el Nobel perdió el plebiscito y se quedó con un país dividido y enfrentado.
En las pasadas elecciones presidenciales se vivió un efecto post-plebiscito con la idea de más guerra y más corrupción.
De nuevo por estos días nos venden la idea de que la paz está en riesgo.
Mantener al país en el borde del abismo es una irresponsabilidad por parte de los políticos, opinadores e influenciadores de opinión. En las calles se siente un ambiente que clama por un “déjenos vivir en paz”, una paz -por cierto- que se debe construir con el pilar de la colaboración.
Desde la ciudadanía es muy importante entender que el poder de los políticos yace en la capacidad que tienen de manipular la información que recibimos. No tragar entero es necesario y tener claro algo que nos enseñan en la facultad de Historia desde el día uno de la carrera y es qué hay que verificar la fuente de la información. Todos los políticos, como cualquier ser humano, tienen intereses. Creo que falta muchísimo altruismo en el servicio público en Colombia, pero como cambiar a los políticos desde el deseo individual es imposible, el único recurso que sí existe es el poder que existe en cada uno de nosotros. En ese sentido, yo no creo que haya un solo colombiano que quiera que le vaya mal al país. Eso es tan absurdo como creer que haya un hincha que quiera que su equipo de fútbol del alma pierda. Con eso mente, hay que hacer un esfuerzo y sintonizarnos con el futuro y tratar de tener (sé que no es fácil) esperanza, no tanto de que el mundo cambie por generación espontánea y por la “magia” de los políticos, sino con el aporte consciente, honesto y decidido que cada cual pueda hacer.
Tener esperanza es tener espíritu de colaboración y esta se puede practicar con pequeñas acciones diarias que contribuyan a que a alguien le vaya bien con un acto generoso de nuestra parte. En la calle respetar el turno en el semáforo, dejar de pelear con todos los conductores, ceder el paso una vez y de pronto otra. Respirar profundo e irradiarle buenos propósitos al país. Todos queremos vivir en una mejor Colombia, por eso sin dejar de señalar lo que está mal, podemos construir con generosidad en lugar de destruir a punta de miedo. Creo que todos estamos cansados de vernos como enemigos. ¿Ustedes se imaginan a dónde podríamos llegar si nos empezáramos a reconocer como miembros de un mismo equipo? Les doy una pista del poder colectivo de la esperanza: Es la que nos pone a soñar con pasar a cuartos, a semifinales, o incluso a ganarnos el mundial porque todos estamos haciendo fuerza para el mismo lado.