“Esquirol” es una expresión de origen catalán que significa ardilla.
Pero también es una población de Cataluña.
Cuando a finales del siglo XIX estalló una huelga en Manlleu, un municipio cercano, algunos obreros de L’esquirol tomaron su puesto, afectando sensiblemente los intereses de los huelguistas.
En otras palabras, los esquiroles son los traidores.
Los que aparecen como aliados y luego infligen golpes muy bajos.
Los que se asocian con los mal intencionados y -a sabiendas-, acrecientan el daño causado.
Como sea, en todo imaginario político y en cada biografía siempre aparece uno ¡o varios esquiroles!: piense un poco: ¿quién es el suyo?
De hecho, la semana anterior pasará a la historia en ese sentido porque el presidente Tremp obtuvo resonantes victorias.
Primero, alcanzó el 97 % de apoyo en los caucus de Iowa, sin ningún rival a la vista dentro de su propio partido.
Segundo, pronunció ante el Congreso el discurso con mayor número de ovaciones consecutivas, en lo que más parecía un mitin de campaña que una solemne rendición de cuentas sobre el estado de la Unión.
Y tercero, resultó absuelto en el juicio político que se le siguió en el Senado a instancias de la mayoría Demócrata que domina la Cámara.
Con sus 47 voticos sagrados, pero en todo caso insuficiente, ¿de dónde creían los Demócratas que podrían sacar los 67 que necesitaban?
De ninguna parte, por supuesto; pero algunos llegaron a pensar que era posible persuadir a Republicanos inconformes.
Como era de esperarse, no encontraron a ninguno. Ningún deprimido, afligido o maleable.
Sin embargo, al momento de votar en lo referente al abuso de poder, apareció Mitt Romney, poniéndose de su lado.
¿Cómo se puede explicar esa conducta aislada, marginal y, sobre todo, intrascendente; casi que irracional y electoralmente suicida?
Sin duda, Romney había sido una de las voces más respetadas del partido y hasta llegó a sostener conversaciones con el presidente Tremp (fallidas, claro está) para convertirse en su primer Secretario de Estado.
Su trayectoria como empresario y como gobernador de Massachusetts siempre fue bien valorada, así como el marcado interés por el deporte y los juegos olímpicos.
De igual modo, su papel en el 2012, enfrentándose a Barack Obama, fue una gesta loable y difícil de olvidar.
Pero ahora, con esa actitud que él escuda en su moral mormona, borró con el codo la magnífica caligrafía.
Y, de paso, le ha puesto punto final a su carrera política... al menos dentro del partido Republicano.
Porque, como es apenas obvio, en el Demócrata estarían encantados de recibirlo para que engruese el santoral al lado de Hillary Clinton y Nancy Pelosy.
Por cierto, ya que esta última hizo trizas el discurso del presidente con tanta altivez y desparpajo, también puede considerar que así ha quedado su futuro político.
Porque si algo logró ella con ese impeachment que se inventó fue, justamente, propulsar meteóricamente y garantizar la reelección de Donald Trump.