Esta noche, Donald Trump pronunciará su discurso anual sobre el Estado de la Unión.
Lo hará justo en la víspera de su absolución en el Senado.
Y solo tiene dos opciones: o lanza un mensaje prepotente y fanfarrón, o invita a sus contrincantes a superar el odio que los carcome.
Por supuesto, hará relucir el grave error que cometieron los demócratas al someterlo a juicio tan solo para impedir su reelección.
Les hará conscientes de que estaban tan enceguecidos por destruirlo, que terminaron arrastrados al suicidio.
Le mostrará al mundo que el mamertismo no es una virtud y que la persecución corrosiva puede causar el efecto paradójico de repotenciar al perseguido.
De soslayo, mostrará también como pululan los traidores y de qué forma actúan quienes, habiéndose declarado aliados y habiendo empeñado su palabra, terminan siendo un ejemplo de perfidia, ruindad, vileza y villanía.
De hecho, por haber querido llenarse de gloria, ¿qué creerán los senadores Susan Collins y Mitt Romney que lograron con haber sido los únicos republicanos que votaron en contra de Trump el otro día?
Pero, aparte de la victoria en el impeachment más resonante de la historia, Trump compartirá con los ciudadanos el hecho de que ningún correligionario le disputa la reelección.
Y no lo hacen porque el nivel de respaldo que tiene Trump en el partido es, prácticamente, el mismo que en su momento tuvo Ronald Reagan.
Al haber superado el 90 por ciento, ya quisieran algunos gobernantes corbiflojos y de poco pelambre tener al menos las migajas de lo que hoy por hoy ostenta el ocupante de la Casa Blanca.
A nivel global, ha consolidado el entendimiento con Rusia, generando así un equilibrio de poder altamente rentable e inspirado en la confianza mutua.
Donde muchos quisieran ver enfrentamiento, lo que en verdad aflora es la cooperación y el respeto.
Trump y Putin son cristianos, conservadores, realistas y, sobre todo, defensores del interés nacional antes que de causas abstractas o tendencias obsesivas de la moda ideológica de turno.
Asimismo, ha maniatado a los persas integristas, corregido a Kim Yong Un, adaptado a Xi Jin Ping y empoderado como nadie a Tel Aviv.
Para no ir más lejos, con el discurso de esta noche, Trump se convertirá en el garante de la unidad nacional frente a la mezquindad de quienes quisieron enlodarlo en el Congreso.
Con la absolución de mañana, se habrá garantizado la reelección en noviembre.
Y con la red global que ha tejido entre Washington, Londres, Jerusalén, Pekín y Moscú, podrá liderar una tendencia global hacia el verdadero conservatismo, los valores imperecederos y la fe en las libertades públicas e individuales.