Suele haber anacronismos en política, pero uno de los más prominentes que puede encontrarse en los últimos tiempos es el del (ahora también) partido político Farc.
Desde que ejecutaron su última conferencia, el año pasado, cuando (también) eran una organización armada, quedó claro que su vocación era la de instrumentalizar la negociación con un gobierno condescendiente para obtener privilegios que les facilitaran el acceso a ciertos niveles de poder.
Pero no solo el acceso, también el reconocimiento como agrupación en capacidad de refundar el Estado.
En efecto, mientras el Gobierno y las Farc se embriagaban en La Habana con las fórmulas mágicas, imaginándose un nuevo país al estilo Frankenstein en un laboratorio, diferentes corrientes de opinión en Colombia entraban en debate abierto para dilucidar con aplomo y madurez lo que estaba sucediendo en Cuba.
El resultado de ese ejercicio se materializó el 2 de Octubre con el 'No', con lo cual, a partir de ese instante, todo el encanto y el ingenio manipulador de las Farc se hizo trizas.
Es en ese momento crítico en que las Farc despiertan del sueño de La Habana y enfrentan la cruda realidad del rechazo popular tan solo con unos acuerdos espurios bajo el brazo, cuando comienzan a verse detenidamente en el espejo para reflejar hacia la sociedad lo que realmente han sido, son y serán siempre.
Las tesis de abril, por ejemplo, no son más que un manifiesto comunista aderezado de castrochavismo que invita a torpedear la democracia para integrar a Colombia en las corrientes del Alba.
La declaración de apoyo al régimen de Nicolás Maduro es, de hecho, un reconocimiento de su propia identidad y la exaltación de la dictadura del proletariado que, basada en la lucha de clases, justifica toda clase de oprobios, intimidación y violencia directa o indirecta.
El acuerdo con el Eln, máxima expresión de complicidad entre redes ilícitas, es, no solo la constitución de una alianza estratégica para transferirse recursos y conducir una guerra subsidiaria (operaciones por encargo) sino la manifestación clara de que el crimen transnacional organizado resulta admisible o deseable.
Y, por último, el congreso político, sintetizado en el informe central, no pasa de ser una invitación a que los acuerdos ilegítimos de La Habana suplanten la Constitución y a que los colombianos asimilen y toleren lo intolerable, es decir, la socavación de la democracia liberal y la trampa-farsa de la renuncia al narcotráfico, la entrega armas, la entrega de bienes y la entrega a la justicia.