Colombia parecía una Torre de Babel este fin de año, con la diferencia de que todos, propios y extraños, nos entendíamos y disfrutábamos de nuestra nueva imagen internacional. Todos los idiomas se escuchaban a lo largo y ancho del territorio nacional, y nos permitían descubrir que nuestra gente se ha venido preparando para atraer a los millones de turistas que buscan destinos atractivos y muy novedosos para visitar.
Sin que aún se conozcan las cifras de turistas venidos de los cuatro puntos cardinales del mundo durante el fin de año, se puede colegir que cuando empiecen a contabilizarse las cifras, nos llevaremos asombrosas sorpresas.
Aunque el invierno nos quiso aguar la fiesta al deslizar montañas que cerraron por horas las modernas vías que se han construido, los turistas se revistieron de paciencia y lograron alcanzar sus soñados destinos.
La Capital pudo vencer todos los problemas que a diario afrontan sus habitantes.
Los trancones, las incomodidades, la carencia de un transporte racional y tantas cosas más que nos alejaban del turismo, fueron derrotados por la amabilidad de las gentes, la nueva infraestructura para los visitantes, los traductores y en general la hospitalidad y las bellezas desconocidas, que dejaron satisfechos a los millares de visitantes.
Ríos de turistas invadieron La Candelaria, el Museo del Oro, la Plaza de Bolívar, la Casa del Florero y Monserrate. Este último escenario fue encantador para los turistas que querían llegar a los 2.700 y más metros más cerca de las estrellas. Esos que enfrentaron las fallas que allí tienen que soportar quienes se atreven a iniciar la aventura. Son colas interminables, sin orientación, dos medios de transporte para alcanzar la cima, que no siempre funcionaban con simultaneidad, diminutos tableros con las instrucciones de desplazamiento y tarifas, ausencia –que se aprecie- de ayudas médicas para quienes no pueden soportar semejante altura y tantas fallas para disfrutar de la más solicitada atracción de Bogotá.
Hay que destacar la presencia de los policías bilingües y la agotadora labor que estos desempeñan para atender los visitantes del cerro titular.
Los apoyos que se utilizan para organizar las colas de visitantes, son verdaderas trampas humanas, ya que se soportan sobre unas peligrosas crucetas.
Lo demás es un encanto para todos. El Santuario del Señor Caído, los restaurantes, la iluminación, la sonrisa de propios y extraños y la incomparable vista de una ciudad que desde esas alturas, parece una metrópoli desarrollada. Fortuna sería, no bajar para enfrentar la realidad.
Bogotá debe dar un paso de avanzada para no defraudar y para conservar el turismo que hoy ha logrado, y va en ascenso, en esta Colombia en paz que día a día se convierte en uno de los nuevos y seductores sitios del mundo, parada una fascinante invasión de visitantes.
BLANCO: El avance del precio del petróleo para nuestros ingresos.
NEGRO: El fallecimiento de doña Cecilia Santamaría. Solidaridad para el doctor Jorge Cárdenas y su querida familia. Paz en su tumba.
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