FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 15 de Agosto de 2012

Se arriendan garajes

 

Una de las mayores dificultades con las que tropieza la planeación de los centros urbanos en Colombia es la proliferación de los establecimientos de comercio; en todos los sectores de la ciudad abunda todo tipo de negocios, sin consideración a la zonificación que disponen los Planes de Ordenamiento Territorial. Las zonas residenciales, por ejemplo, se convierten paulatinamente en híbridos incontrolados donde funcionan tiendas, talleres, bares, sastrerías, salones de belleza, universidades, sedes de partidos políticos, etc., para explotar a los inocentes consumidores.

Esa proclividad se refleja, igualmente, en el campo político. A pesar de los esfuerzos que se hacen para procurar partidos fuertes, la realidad es otra. La más insignificante discrepancia entre las directivas de los movimientos y partidos es razón suficiente para generar escisiones que dan lugar al nacimiento de pequeñas colectividades que aparecen y desaparecen de la noche a la mañana sin dejar rastro. La fórmula maquiavélica de dividir para reinar se practica con habitualidad.

Podría pensarse que la causa de este particular fenómeno es la proliferación de variantes ideológicas que obligan a proponer alternativas de poder para hacer el gran cambio, no obstante ello no es así. Cuando se examinan esas disidencias se descubre que las diferencias no son, precisamente, de programas o estrategias, sencillamente la explicación es el protagonismo o megalomanía de los “líderes” que no son capaces de dominar su narcisismo exacerbado y prefieren sacrificar un futuro político, una alternativa de poder, antes que renunciar a su vanidad personal.

Este personalismo característico de la dirigencia nacional se refleja en muchas otras manifestaciones. De ahí que en el mundo deportivo los triunfos colombianos sean siempre logros individuales. El colombiano es un gran trabajador siempre y cuando no tenga que hacerlo en equipo. Su espíritu competitivo no le permite sacrificarse por el grupo y prefiere perderlo todo, incluso su propio éxito, antes que compartir el triunfo con otro.

Este rasgo de la personalidad individualista es la causa de las divisiones intestinas en todos los grupos sociales y, especialmente, en los partidos políticos. El bipartidismo que logró mantener el Frente Nacional es una excepción y lo logró porque patrocinó la fila india que aseguraba a los jefes una partija en el reparto del poder. Les permitió a las castas tradicionales monopolizar la actividad política en favor de sus propios intereses y alrededor de estos privilegios la unidad se mantuvo durante dieciséis años; pero una vez se dejó al libre juego de las rivalidades la competencia por el mando fueron apareciendo los movimientos y partidos efímeros, dividiéndose y sumándose al vaivén de los acontecimientos, sin consideración a la frustración de los inocentes seguidores, que no fueron muchos ni lo son, pues en síntesis la militancia no añora el poder para una solución colectiva, sino para alcanzar un empleo en la burocracia o un contrato para solventar una circunstancia. La clientela es el “leitmotiv” de esta aberración política.