Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 29 de Julio de 2015

“Una noche en vela es tortuoso”

BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD

Los desvelos de Gina

 

NO  es siempre fácil conciliar el sueño. Padecer una noche en vela es tortuoso. Dormir bien es tan necesario como una sana alimentación. Sin embargo, conseguir el reposo y la tranquilidad necesarios para  alcanzar ese sosiego exige dejar a un lado las preocupaciones que suelen asaltar la mente, precisamente,  en los momentos en que el descanso se reclama.

La ministra de Educación, Gina Parody, confesó,  recientemente,   una de las  inquietudes que la perturban en su propósito de alcanzar una altura real de igualdad en el nivel de calidad en la educación superior. “Si queremos ser un país en paz y con equidad, es fundamental la construcción de una sociedad del conocimiento, en donde la marca sea la excelente calidad de la educación para todos, y no para unos pocos privilegiados. Sin información, los pobres estudian con mala calidad y los ricos pagan por buena calidad”, sostiene la funcionaria.

Y la denuncia tiene muchas variantes que analizar, si se estudia con detenimiento el resultado del Modelo de Indicadores de Desempeño de la Educación Superior, (MIDE) divulgado por el Ministerio. Escrutado el orden de los puestos logrados por los establecimientos examinados, no queda duda alguna de que un alto porcentaje de los “desacreditados” son empresas comerciales que explotan la ignorancia de una juventud desorientada, víctima de una sociedad de consumo que les exige títulos formales, mas no siempre conocimientos. Son condiciones del mercado de trabajo.  En ese objetivo, entonces, el fundamento de la universidad, promotora del cambio y la revolución cultural, no se identifica con el concepto clásico de comunión entre el maestro y el discípulo, sino en la relación del cliente con el vendedor de títulos vacuos.

Para que la señora Ministra cure su pesadilla, la que seguramente la traumó cuando tuvo que intervenir a una institución universitaria que reclutaba alumnos a diestra y siniestra y con el dinero obtenido financiaba los gastos de la familia propietaria del establecimiento, debe ella promover que los títulos profesionales, forzosamente, sean avalados por una autoridad estatal que verifique la idoneidad de los postulantes. Así se acabaría con la estafa social que se consuma  con la disculpa de educar y se prevendrían los daños que “profesionales”  improvisados le hacen a la comunidad y, de otra parte, se lograría que los dueños de las fábricas de diplomas se preocuparan por la excelencia en la educación y no en la construcción de sus planteles o campus universitarios.

Igualmente, debería examinarse el sistema de créditos dinerarios, pues un gran porcentaje termina en las cuentas corrientes de las universidades de garaje, establecimientos que patrocinan la mediocridad para que sus clientes no pierdan la oportunidad de los préstamos oficiales. Esta exigencia ha minado el mundo académico. El derecho a la educación no se puede transformar en el derecho a la explotación de la ignorancia. Gina, que pase buena noche, esta fórmula puede ser un buen somnífero para lograr el sueño del país.