Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 27 de Enero de 2016

BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD

El jugador

“No siempre apostar los restos es una jugada inteligente”

 

 

Alekséi  Ivánovich es un personaje de Fiódor Dostoyevski, en su novela El jugador,  caracterizado por su compulsión irresistible  por el juego, a tal grado que no se aterra de perder a  Polina Aleksándrovna, mujer estímulo de su irreflexiva libido,  con tal de satisfacer sus necesidades fincadas en la suerte. ¿Qué lo seduce tanto? La cuestión es indescifrable. No se sabe si es la pasión por el dinero o la sed insaciable de poder. Detrás de todo  el drama  en su vida está la figura de Polina, objeto de su desenfreno, que ha concebido como la paz de su inconsciente.

 

Las novelas de Dostoyevski tienen la virtud de dibujar exóticas y particulares personalidades: El jugador; El idiota; Dimitri Karamazov el jugador, entre otros, perfiles que aparecen,  de vez en cuando,  en la vida real  en escenarios distintos pero con iguales conductas.

 

Son varios los vicios que destaca el escritor moscovita en sus protagonistas novelescos,   entre otros la fiebre desmesurada por el poder. ¡Si!. Confundidas con otras manifestaciones,  las ambiciones de  poder se disimulan corrientemente, incluso inconscientemente, pues para dominar no siempre es conveniente el uso de la fuerza física. Preferiblemente es mejor manipular a las víctimas haciéndoles creer que todo se hace por ellas. Es una habilidad que,  en términos vulgares,  se llama “cañar”; propia de los tahúres de la política, y por tal razón, experimentados traidores.  

 

La política es un juego que suele disimularse con un discurso generoso y que en el fondo solo apetece el poder personal, es una expresión compulsiva del narcisismo en todas sus manifestaciones. Vencer al contrario es la gran satisfacción y para lograrlo no importa correr todos los riesgos, incluso el de quedar en la ruina.

 

La ambición  del triunfo no tiene límites, a punto tal de que el jugador enfermo no tiene reato alguno en acudir a la trampa, si es necesario, con tal de lograr sus objetivos. Esa es su psicología.

 

Lo peligroso de estas estrategias es que no siempre resultan exitosas, pues el contrincante puede ser más hábil y paciente; esa circunstancia la describe inteligentemente Dostoyevski y la utiliza para cerrar la historia de El jugador.

No siempre apostar los restos es una jugada inteligente. En ocasiones genera temores en el contrario; todo depende del juego que tenga encubierto. Por más que se tenga el as debajo de la manga, esa triquiñuela no basta para asegurar el triunfo, nada  garantiza que la pérdida de los restos de fin a la partida.

 

En el juego de la política, frecuentemente inspirado en aberraciones emocionales, producto del narcisismo, siempre hay esperanza de la revancha, pues razón tiene el adagio popular cuando reza que “en juego largo hay desquite”. También, los tahúres no descartan el saldar las cuentas de juego, tarde o temprano: “El que la hace la paga”. De ahí que lo más aconsejable en estas inciertas alternativas es recomendar el juego limpio.