El monopolio de la paz
“La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”: Artículo 22 de la Constitución
El derecho fundamental invocado sirve de marco de referencia a una afirmación del presidente Juan Manuel Santos, según la cual las llaves de la paz están en sus manos y únicamente él puede utilizarlas cuando, a su juicio, estén dadas las condiciones para hacerlo.
Demasiada soberbia encierra la confesión del Primer Magistrado de la Nación. Olvida el Jefe de Estado que Colombia es una República Democrática y que la soberanía radica en el pueblo, sin importar el grado de aceptación que a su persona denuncien las encuestas. La sociedad civil, sin permiso de nadie, puede y debe movilizarse para encontrar la paz perdida hace 200 años.
Si la paz es un derecho y un deber de la persona, por ello debe propender por su logro y mantenimiento así y como lo demanda el artículo 45 de la Carta; de manera que el monopolio que el Presidente cree tener a este respecto no es tal y el pueblo, titular y monopolizador de la soberanía, tiene todo el derecho y el deber de involucrarse para alcanzar esa meta soñada en la historia.
No puede ser otro el sentido de las declaraciones de Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, quien prestó su concurso para la reciente liberación de los miembros de la Fuerza Pública entregados por la insurgencia.
Muchos esfuerzos por la paz se han hecho en la historia de la República desde sus albores y todos han fracasado en los conciliábulos de los detentadores del poder. Con fundamento en la norma constitucional invocada es la hora de que la sociedad civil tome cartas en el asunto y ejerza su derecho y cumpla con su deber. La indiferencia del colectivo ha sido y es una de las causas del crónico conflicto.
La pedagogía de la paz no se puede hacer con espectáculos circenses como el promovido el lunes que pasó. Es indispensable un discurso, una reflexión, que llegue a la conciencia de cada uno de los individuos que integran la Nación y esto no se alcanzará si el homenaje a las víctimas de la guerra se hace a punta de conciertos populacheros. Las emociones lúdicas manipulan el sentimiento de los seres humanos y distraen el verdadero sentido de solidaridad que hace de los pueblos una verdadera Nación.
A Colombia le hace falta la voz de un líder que de verdad la movilice; por supuesto la tarea no es fácil en tanto que la guerra enmascare intereses egoístas y mezquinos que soterradamente y detrás del trono mueven los hilos del poder para seguir pelechando en la sombra. Si Colombia quiere y siente la necesidad de la paz soberanamente puede y debe alcanzarla sin permiso de nadie.