Fondo de autores boyacenses | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Noviembre de 2024

Luego de realizar personalmente el inventario y clasificación de casi mil obras, la Academia Colombiana de la Lengua recibirá mi donación, que constituye un Fondo Bibliográfico personal más la denominación B.A.B. -Biblioteca de Autores Boyacenses- que incluye, no solo obras de autores del departamento de Boyacá escritas en el último siglo sobre su tierra, sino también de autores que hayan escrito sobre Boyacá y de boyacenses que hayan escrito sobre otros temas.

Bajo el lema “Patria, Libros y Corazón”, hago entrega de ese acervo que está integrado por el patrimonio tradicional de la familia, comenzando por el “Glosario Sencillo” de Armando Solano, editado en 1925, pasando por la primera edición de 1930 de las “Monografías de los Pueblos de Boyacá”, escrita por mi tío abuelo Ramón C. Correa y, seguida por el informe de labores del presidente Olaya Herrera y la “Obra Poética” de esa misma época, editada en Madrid por Carlos Arturo Torres.

Esta es una cesión para que las nuevas generaciones de investigadores tengan un referente claro de lo que ha sido la novela, el ensayo, la poesía, la crónica, etc. de los autores boyacenses. Con todo, la historia de las obras boyacenses no se ha escrito todavía; es una obra que arranca con los primeros vecinos de Tunja: Hernando Domínguez Camargo, Juan de Castellanos, Lucas Fernández o la Reverenda Francisca Josefa del Castillo y Guevara, pasando por tantos como Plinio Apuleyo Mendoza, que llevó el nombre de Tunja a las solapas de los libros a nivel internacional; Eduardo Mendoza Varela, Julio Flórez, José Joaquín Casas, Pío Alberto Ferro, Juan Clímaco Hernández, o incluso, siendo bogotano, el boyacense de Tipacoque, Eduardo Caballero Calderón, quien soñó un pueblo para poder gobernarlo.

Deshacerme, dirían algunos, de mis libros para que cumplan una función social, es algo que siempre tuve presente, desde que, como cuentan las historias, mi abuelo materno, Julio César García, antes de su muerte, decidió enviar desde Bogotá a Medellín gran parte de su biblioteca, para fundar en una finquita de sabaneta una biblioteca pública que él mismo iba a atender y dirigir, pero pudo más su fallecimiento y las obras se perdieron, no obstante, que como lo dijo en 1968 Eduardo Mendoza Varela:  “Los libros, ante todo, están hechos para servir”.

“La bibliofilia, como la amibiasis, es una enfermedad incontrolable”, frase igualmente de Mendoza Varela y, como lo decía hace varios siglos Miguel de Cervantes: “” Las noches, leyendo, se le pasan de claro en claro, y los días, de turbio en turbio. Y, al fin, se le seca el cerebro”; eso ojalá ocurra, que a las gentes se les seque el cerebro leyendo, para que los libros no dejen de seguir siendo frente al reguetón, una curiosidad arqueológica, farmacopea de museo, pero necesarios para desentrañar el alma de una región, como lo es la Boyacá, “donde reside la Patria”, según Armando Solano; donde se atesoran en el seno familiar sólidas virtudes y la santa tradición del terruño; donde el afán de emancipación se da a través de las letras.