Francisco en escuela de Santidad (III) | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Junio de 2018

Habiendo hecho en precedentes entregas la presentación global de la gran Exhortación Alegraos y Regocijaos”, del Papa Francisco, avancemos hoy en sus precisiones sobre la “santidad”, su tema fundamental. Al pasar al Cap. II, encontramos que el Papa nos pone en guardia de lo que no es santidad. Pasa a referirse al Gnosticismo y al Pelagianismo, dos corrientes doctrinales y espirituales que siguen difundiéndose en nuestros días, las que denuncia como sutiles enemigos de la santidad”, de las que previene y señala como falsificaciones de ella. Advierte que son “propuestas engañosas”, desde un inmanentismo antropocéntrico disfrazado de verdad católica.

Del Gnosticismo sintetiza, sus pregones, que son “de superficialidad vanidosa”, que da exaltación a la mente humana, que dice tiene perfección por su solo poder sin necesidad de Dios. Lo califica como “una de las peores ideologías”, que “quiere domesticar los misterios”, que desconoce los límites de la razón humana (nn. 36 a 46).

Pasando al Pelagianismo, su pensamiento en el momento actual, destaca cómo exalta la “voluntad humana”, siendo de máxima importancia el “esfuerzo personal sin necesidad de acudir a la ayuda divina”. Se presenta, en esa ideología, “una voluntad sin humildad” (n.n. 48-49), le falta reconocer los límites humanos y la necesidad de la gracia divina (n.50). Lo anterior hace que el Papa recuerde la doctrina de la Iglesia Católica presentada en el Catecismo Universal sobre la necesidad de la gracia para la justificación, y que, con “nada humano se puede exigir, merecer o comprar el don de la gracia divina”. Recuerda lo enseñado en el Concilio de Trento que “somos santificados gratuitamente... porque nada merece la gracia misma de la justificación” (n.53).

“A la luz del maestro titula el Cap. III, en el que coloca las Bienaventuranzas como “carnet de identidad” (nn.63-94), y como gran protocolo” lo presentado por Jesús como cuestionario para el juicio final, como vestido de santidad, para entrar en el Reino de Dios: amor al prójimo”, (nn. 95-99). Advierte que este camino de santidad va en contravía de cuanto se piensa y se hace, en la sociedad humana, y que es preciso que este aspecto central del “pensamiento cristiano” golpee “la voluntad y la lleve a cambio real, pues, de lo contrario, la santidad será solo palabra”. (nn. 65-66).

Hace, el Papa, presentación, una a una, del sentido y manera de vivir las ocho manifestaciones de ser “bienaventurado”, mencionadas por S. Mateo Cap. 25,3-12. Desfilan allí: los “pobres de espíritu” (santa indiferencia); los “mansos” (en medio de un mundo donde se riñe por doquier); “los que lloran” (en  mundo que no  comparte el dolor ajeno); “los que tienen hambre y sed de justicia” (dentro de una humanidad que busca interés mezquino, y  desconoce el derecho de los desamparados); “los misericordiosos” (con reclamo a ayudar y perdonar, como reflejo del actuar divino); “los limpios de corazón” (con amor sencillo y puro al prójimo, sin nada manchado ante Dios); “los que trabajan por la paz” (evitando ser promotores de enfrentamientos, con búsqueda de paz basada en la justicia); “los perseguidos” (que afrontan con serenidad las distintas molestias e incomprensiones por ser rectos en el proceder). (Continuara).

*Obispo Emérito de Garzón

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