El Papa Francisco es un personaje fascinante. Parece un profeta revolucionario, escapado de las páginas del Evangelio.
Recuerdo la primera vez que lo vi personalmente, en Roma, durante el primer año de su pontificado. Se conmemoraban los 25 años de la carta apostólica “Mulieris Dignitatem”, de Juan Pablo II. Frente a un grupo de mujeres escritoras, artistas, teólogas, abogadas, periodistas, procedentes de 25 países, que habíamos sido invitadas al seminario “Dios confía el ser humano a la mujer”, después de recordar que para Juan Pablo II la clave del confiar especialmente el ser humano a la mujer, era la maternidad, aseguró: “Yo sufro, y lo digo de verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas organizaciones eclesiales que el rol de servicio de la mujer se desliza hacia un rol de servidumbre” y concluyó: “Su presencia en la iglesia tiene que ser valorizada mayormente, evitando en particular el transformar su rol de servicio en una tarea servil”. Todas quedamos sorprendidas.
¿De dónde la confianza plena en la mujer, por parte de un Papa que no nos miraba sólo con benevolencia, sino como seres humanos pensantes? ¿De un latinoamericano que no menospreciaba nuestra extrema sensibilidad y precipitud para el servicio, sino que la exaltaba como virtud? Lo empezamos a comprender minutos después, cuando nos saludaba una a una con infinita dulzura y respeto.
“La mujer conserva una sensibilidad particular por las cosas de Dios, especialmente porque nos ayuda a entender la Misericordia, la ternura y el amor que Dios tiene por nosotros”, explicó.
Con algo de buen humor, se ha referido en el pasado a las mujeres del evangelio que encontraron el sepulcro vacío. Agradece que hayan salido corriendo a compartir la noticia. Asegura que si hubieran sido hombres, tal vez se hubieran quedado analizando la conveniencia de divulgarla.
En medio de la pandemia del coronavirus, Francisco escribió una meditación: “Un plan para resucitar”. Nuevamente entrega toda su confianza al “genio femenino”. Ante las graves consecuencias que estamos viviendo por el Covid-19, asegura que: “Como las primeras discípulas que iban al sepulcro, vivimos rodeados por una atmósfera de dolor e incertidumbre que nos hace preguntarnos: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3). ¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos sobrepasó completamente? …”.
“Sin embargo, resulta conmovedor destacar la actitud de las mujeres del Evangelio. Frente a las dudas, el sufrimiento, la perplejidad ante la situación e incluso el miedo a la persecución y a todo lo que les podría pasar, fueron capaces de ponerse en movimiento y no dejarse paralizar por lo que estaba aconteciendo. Por amor al Maestro, y con ese típico, insustituible y bendito genio femenino, fueron capaces de asumir la vida como venía, sortear astutamente los obstáculos para estar cerca de su Señor. A diferencia de muchos de los Apóstoles que huyeron presos del miedo y la inseguridad, que negaron al Señor y escaparon…”.
Somos sensibles, nos gusta acompañar, escuchar, comunicar y servir. Agradezco al papa Francisco su confianza en el servicio de las mujeres a la humanidad y a los pocos amigos hombres que nos han sabido valorar más allá de nuestra emotividad y de nuestras lágrimas.