Recuerdo el año 79, cuando mis ahora desaparecidos jefes, Álvaro Gómez y el subdirector Juan Diego Jaramillo en el “Diario de la Capuchina” -este mismo diario- me entregaban The Economist, Newsweek, Le Point, L´express y me recomendaban crónicas que debía traducir para el día siguiente. Las revistas las “trabajaba” en clase y en la cafería javeriana, cuando las niñas que por allí rondaban permitían concentrarme; una mañana tomaba café con un compañero, quien se puso a hojear las páginas y a leer unos nombres espectaculares e impronunciables y dijo, con voz impostada: “Mohammad Reza Pahlavi, Shapour Bakhtiar, Abolhassan Banisadr, Akbar Hashemi Rafsanjani… ésos sí son nombres buenos (sic), pero es que uno llamado dizque Jorge, que Ulises, así no vamos a llegar a ningún Pereira”, sentenció.
Y me quedaron sonando, a mí, que algo singularmente curioso me ocurre con los nominativos de las personas y de las cosas. El primero correspondía al depuesto Sha de Irán; el segundo, a su último primer ministro, quien también logró volarse antes de que lo masacraran los ayatolás (pero después, en el año 91, perseguido por la mano negra fundamentalista, fue acuchillado en la cocina de su casa parisina); el tercero fue el primer presidente de la revolución islámica y al poco desnombrado por “infiel”, y el último fue el lugarteniente del Ayatolá Ruhollah Jomeini, el gran “Imán” del resurgimiento fundamentalista musulmán, el mismo que ahora, a punta de las vertientes terroristas Talibán (estudiante religioso) e ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) -dos caimanes del mismo pozo- tienen espantado al mundo entero.
No se me olvidan las imágenes en TV cuando las turbas se volcaban sobre los vehículos de ministros y altos funcionarios del derrocado Sha y, literalmente, le cortaban la garganta a cuchillo. A nuestro Álvaro lo asesinó el Mayor Establecimiento dentro de su carro, saliendo de su cátedra magistral en la Sergio Arboleda, el 2 de noviembre del 95, y a Juan Diego lo perdimos en el 98, casi en igual fecha, cuando se le aceleró más de la cuenta su Mercedes Benz de regreso a Bogotá, como cuando los caballos briosos se desbocan de vuelta a casa luego de una larga jornada sabanera.
Aún no alcanzamos a reponernos de tantas tragedias y menos de la retoma de Afganistán por los talibanes, tema que cobra más fuerza con la conmemoración del vigésimo aniversario del más grande atentado en la historia de la humanidad, que tumbó las Torres Gemelas en Nueva York y semidestruyó las instalaciones del Pentágono, en las goteras de Washington, hechos que marcaron un hito en la línea del tiempo de la historia de la humanidad, complementando las Edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea e inaugurando, en septiembre 11 de 2001, la Edad del Terrorismo, quizás la última de nuestra historia, que se retroalimenta con el desastre climático y el resurgimiento islamista (antioccidental, antisemita, antidemocracia liberal). Ojalá frenemos la rueda del planeta a tiempo, antes del abismo total.
Post-it. La Corte Constitucional aniquiló la cadena perpetua. Debería hacer lo mismo con la pena de muerte a que nos tienen sometida los asesinos nacionales y extranjeros.