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"En el 2015, el diario español El País inscribió la frontera colombo-venezolana como uno de los siete infiernos sobre la tierra que jamás se debían visitar junto a lugares como el territorio controlado por el autodenominado Estado Islámico o el
Norte de Nigeria y Somalia" Esta es una afirmación tomada del monumental libro que escribió la investigadora germano-británica Annette Idler sobre las fronteras de Colombia y Venezuela y de Colombia y Ecuador, que fue traducido al español y cuya autora dedicó más de una década a su elaboración.
No es la primera vez que escribo sobre este libro o que hago alusión al esfuerzo descomunal y los riesgos que esta distinguida profesora de la Universidad de Oxford asumió para realizar esta investigación. Un sacerdote le advirtió: "Usted tiene que ser muy prudente, siempre prudente. O sea, haga su trabajo, pero no arriesgue su vida tampoco. Porque aquí la vida no vale nada. Vale más una Coca-Cola."
La profesora hace unas descripciones muy reveladoras de la situación en la frontera y así muestra las falencias en nuestro conocimiento sobre el tema. Por ejemplo, afirma que "a pesar de su creciente relevancia mundial sabemos muy poco sobre las lógicas de las múltiples interacciones entre los diferentes tipos de grupos violentos no estatales. Examinar las interacciones entre los grupos revela al menos tres patrones de comportamiento desconcertantes. El primero, que dichas interacciones contradicen la opinión generalizada de que la razón del conflicto armado es el control territorial monopolístico. En su lugar, y al contrario a lo que se espera encontrar en la literatura sobre la guerra civil, distintos actores armados comparten frecuentemente el territorio, sin importar su motivación política. El segundo, representan un desafío para el pensamiento tradicional que argumenta que los grupos ideológicamente opuestos se enfrentan entre ellos. Al mismo tiempo, algunas entidades con ideologías similares tales como dos grupos guerrilleros, sostienen brutales guerras entre sí. El tercer patrón muestra que los grupos criminales en búsqueda de rentas invierten costosos recursos en sus disputas, a pesar de qué se esperaría que redujeran costos y maximizaran ganancias, por ejemplo, a través de comunicar sus intenciones por medio de la señalización."
Y añade: "nuestro limitado conocimiento sobre estas interacciones es alarmante si consideramos los serios efectos que tienen sobre la seguridad de la población civil. Los conflictos que involucran numerosos grupos violentos no estatales se han convertido en la forma más letal de inseguridad del mundo, pues producen agudas dificultades económicas y sociales junto con concurrentes flujos de refugiados".
No sorprende que una investigación tan cuidadosa pase desapercibida no obstante las numerosas instituciones que contribuyeron para su realización y las significativas personas de diferente origen e influencia que conocieron el estudio.
Es la queja fundada y permanente que los académicos formulamos con respecto a las investigaciones que hacemos o a las sugerencias que divulgamos en escritos, no siempre académicos, pero que también son objeto de un desprecio absoluto. El tema de la financiación de la política, campañas, partidos, políticos es, en mi caso, un ejemplo dramático de esa situación. Así podría mencionar también lo relativo a los temas sobre corrupción. Se hace ruido... Eso es todo.