Guaviare, donde la selva y las piedras susurran historias | El Nuevo Siglo
La Puerta de Orión: un umbral de piedra esculpido por el tiempo, donde el cielo y la selva se encuentran en un espectáculo majestuoso. / Foto María Parra
Viernes, 14 de Febrero de 2025

Por María Parra, periodista de EL NUEVO SIGLO

Serranía de La Lindosa: historia grabada en piedra

El aire es espeso, cargado de humedad y misterio. A lo lejos, el canto de los pájaros se mezcla con el rumor de los árboles, como si la selva quisiera contar algo. Estamos en el Guaviare, un territorio donde la naturaleza y la historia convergen en formas insospechadas, donde las piedras guardan secretos de miles de años y la selva susurra historias a quien sabe escuchar.

Nuestra travesía comienza en San José del Guaviare, una ciudad tranquila que en principio no revela el tesoro que la rodea. Pero basta con salir de sus calles y adentrarse en la espesura de su selva para entender que este lugar es único. El camino de tierra roja nos lleva a la Serranía de La Lindosa, un paisaje de rocas monumentales que parecen esculpidas por el tiempo y el agua. A simple vista son formaciones impresionantes, pero en sus muros están grabadas las memorias de otros tiempos.

Las pinturas rupestres, en tonos ocres y rojizos, narran la historia de una civilización antigua. Jaguares, serpientes, incluso algunos que parecen dinosaurios junto a figuras humanas en movimiento, nos hacen preguntar: ¿Qué es lo que quisieron contar? Levantando la mirada, se encuentran algunos dibujos en zonas que parecen inalcanzables para una persona, pero allí están, intactos, preciosos y casi perfectos.

Símbolos de una conexión profunda con la tierra y quizá con algo más allá.

“Aquí está escrita la historia de nuestros ancestros”, le cuenta el guía, Don Alex, a EL NUEVO SIGLO, señalando con respeto la superficie de la roca.

Imaginamos a aquellos primeros artistas preparando sus pigmentos naturales, trazando sus creencias en estas paredes de piedra, dejando mensajes que aún intentamos descifrar y que quizá nunca logremos hacerlo.

Pinturas Rupestres en la Serranía La Lindosa
Pinturas rupestres en la serranía La Lindosa, revelan una historia que aún no se ha podido descifrar. /Foto: María Parra

La Puerta de Orión, una ventana al universo

Seguimos explorando la serranía y llegamos a una de sus maravillas más sorprendentes: la Puerta de Orión. Es una formación rocosa que desafía la gravedad, un arco de piedra que durante las noches permite vislumbrar la constelación que le da su nombre.

Nos detenemos un momento a contemplar su inmensa belleza y pienso en cuántas tormentas, soles y ríos han modelado esta escultura natural, cuántos pájaros e insectos han podido tocar con suavidad su textura. Aquí, la roca no es solo un objeto inerte, sino un testigo silencioso del paso del tiempo.

Pozos Naturales: el arte del agua sobre la piedra

Más adelante, los Pozos Naturales aparecen como espejos de agua cristalina en medio del bosque. El río ha tallado pequeñas piscinas sobre la roca, creando formas que parecen diseñadas por un escultor paciente y eterno.

Nos sumergimos en una de ellas y sentimos sobre nuestra piel el pulso del agua, la misma que ha moldeado este paisaje durante milenios. Todo se envuelve entre el canto de garzas blancas, guacamayas y gavilanes.

La selva, en su infinita vitalidad, se mezcla con la solidez de la roca. En el río Guayabero, la vida fluye en forma de delfines rosados que emergen con movimientos suaves, como sombras entre el agua, que se esconden cuando alguien intenta enfocarlos con una cámara.

“Aquí todo está conectado –dice el guía–. Las piedras, el agua, los árboles… todo tiene memoria”.

La grandeza de las formaciones rocosas que nos envuelven, durante el trayecto en una pequeña embarcación colorida, hace pensar en esas palabras. En el Guaviare, la selva y las piedras no son solo paisaje, sino un lenguaje vivo. Basta con detenerse, tocar alguna de las rocas, escuchar el murmullo del viento entre los árboles y dejar que la historia se cuente sola.

Atardecer en el Guaviare: un espectáculo de la naturaleza

El último atardecer en el Guaviare nos encuentra probando sabores autóctonos de la región. La selva, en su vastedad inabarcable, se extiende sobre nosotros como un océano verde que parece no tener fin.

A lo lejos, el sol comienza su descenso, bañando el cielo con tonalidades de fuego: naranjas intensos, rosados suaves, destellos dorados que se filtran entre los árboles. El aire es espeso, cargado con el aroma de la vegetación húmeda, y una brisa ligera mece las copas de los árboles, haciendo que las hojas susurren entre ellas, como si compartieran un último secreto antes de que la noche las cubra.

Avistamiento de aves en el Guaviare
Elegancia en la corriente: una garza blanca descansa sobre las piedras del río Guayabero, en perfecta armonía con la inmensidad del Guaviare. /Foto: María Parra

Labores nocturnas: la selva despierta

A nuestro alrededor, el canto de las aves se intensifica, algunos insectos inician sus labores nocturnas. Las garzas surcan el cielo en bandadas, cubriendo el cielo como si de una pequeña tela blanca se tratase, parece que quisieran despedirse con un estallido de vida.

La luz del sol, reflejada en las aguas tranquilas, dibuja destellos dorados sobre la superficie, como si el agua misma ardiera con los últimos rayos del día.

En este rincón del mundo, lejos del ruido, el tiempo parece detenerse. No hay prisa, no hay urgencia. Solo el ritmo pausado de la naturaleza marcando el final de otra jornada.

Y cuando el sol finalmente se oculta detrás de la llanura, dejando tras de sí un resplandor tenue, se sabe que el Guaviare ha grabado en la memoria una imagen imborrable, un atardecer que, aunque efímero, permanecerá para siempre en el recuerdo.

Agradecemos a Anato, el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, y Fontur Colombia por la invitación hecha a El Nuevo Siglo para explorar la magia del Guaviare y seguir conociendo el País de la Belleza.