Por María Parra
Enviada especial / EL NUEVO SIGLO
Bien lo dijo José Palacios a Simón Bolívar en “El general en su laberinto”, cuando llegó a través del río Magdalena al puerto que abre paso a un pueblo que se detuvo en el tiempo.
Llegar a Santa Cruz de Mompox es una aventura sin importar el punto de origen. Un pueblo detenido en el tiempo, que acoge a sus visitantes con su clima, la cultura que se respira en cada esquina, su arquitectura que hace sentir que se abrió un vórtice que trasladó el espíritu, de quien se atreve a llegar hasta allí, a un lugar que tan solo se podría vivir en sueños, además de la multitud de historias que se han tejido como una fina filigrana momposina en cada una de sus calles abrazadas por el río Magdalena.
Razones para visitar Mompox hay de sobra, su gastronomía, sus iglesias, la calidez de sus habitantes, la belleza de sus calles, la biodiversidad que allí se asienta, sus amaneceres y ocasos, la música, las historias que se encuentran escondidas ‒y no tan escondidas‒ en sus esquinas; sin embargo, pensar en una sola podría resultar absurdo, porque la tierra de Dios, donde se acuesta uno y amanecen dos, le enseña a los aventureros a mantener los ojos bien abiertos para no perderse ni un segundo de su encanto.
Desde 1537, la isla fluvial más grande de Colombia ha llenado de inspiración a los nativos y transeúntes, no por nada, fue durante la época de la colonia la tercera ciudad más importante del país, teniendo como respaldo el cauce del Magdalena que fue el canal que permitió que Mompox sea lo que es hoy en día, un paraje que se podría confundir con una fantasía, sino se transita con los pies en la tierra.
Y es que cuando alguien se atreve a dar un paso en sus calles, puede sentir como el tiempo se detiene a su alrededor, como si de un embrujo se tratase, el viento no corre, pero se puede escuchar el sonar de las aves que viven a la orilla del río.
“Aquí confina la vida con la eternidad”
La necrópolis, custodiada por decenas de felinos, que al despertar recorren las sepulturas en las que dormitan las almas que abandonaron la belleza que se esconde bajo el sol momposino, crean conversaciones con sus maullidos que resultan incomprensibles ante los oídos de los vivos.
Los pequeños guardianes pasan el día entre juegos y sueños que no podrían compartir con algún otro ser vivo, dejando pasar el tiempo entre los visitantes del mausoleo y quienes acuden a acompañar por un instante a sus difuntos.
La leyenda detrás de la presencia de los gatos en el cementerio se entreteje como el oro y la plata que es usada para crear piezas únicas de filigrana, una historia que pudo conocer EL NUEVO SIGLO, que tuvo inicio hace cerca de veinte años, cuando falleció don Alfredo Serrano o conocido como ‘el gato’, se cuenta que a su despedida llegó su felino quien no quiso separarse de él a pesar del capricho de la muerte, y así fueron llegando, pasando de generación en generación su nuevo y fúnebre hogar.
El río Magdalena
Culpable de las costumbres y de la historia del pueblo declarado como patrimonio de la humanidad desde 1995, el río Magdalena es uno de los principales protagonistas de las memorias que se construyeron y se continúan cimentando en la tierra a la que arribaban los navegantes mucho antes de llegar al interior del país.
Parte de la gastronomía del pueblo encantado, se funda en las especies dominantes que han construido su hábitat en las aguas que fluyen al ritmo del movimiento de las plantas que allí se encuentran, bocachicos, bagres rayados, blanquillos, entre otros, en un descuido pasan a ser llevados al plato de un momposino quien por medio de su caña de pescar y paciencia logra capturar a su presa.
No obstante, la magia nace en la construcción de las historias que hierven en las cocinas, gracias a la mezcla que trajeron europeos al puerto a través del río, embutidos como la butifarra y la construcción del queso de capa, restablecen la fantasía que se mantiene encerrada en las murallas que resguardan a los vecinos del momento en el que el espíritu del Magdalena decida despertar y levantar todo a su paso.
Sin duda, Mompox es la construcción del movimiento fluvial del espejo de agua y de la relación que tienen los momposinos y los turistas con este, por ello quien desee descubrir si realmente existe o si se trata de un sueño, deberá realizar la travesía porque lo que se cuenta no le podría hacer juicio a lo que se vive en el pueblo que se detiene con un suspiro.
Un agradecimiento especial a Fontur, Ministerio de Comercio, Gobernación de Bolívar, al Instituto de Cultura y Turismo, y la realización del Festival de Jazz, por la invitación a conocer el país de la Belleza.