FUAD GONZALO CHACÓN | El Nuevo Siglo
Domingo, 11 de Marzo de 2012

La belleza de lo simple

El hombre contemporáneo, aunque no descarto de plano que el de la antigüedad también, pues mientras más cambian las cosas más permanecen iguales, se ve inmerso todos los días en una rítmica ondulación pendular que lo lleva, en su vaivén frenético, del extremo pomposo de la exuberancia a la recatada orilla de la sencillez. Esto bajo condiciones normales, pues nuestra sociedad se empeña cada día más, y con mayor éxito, en arrastrarnos hacia el vórtice de los excesos, sin regalarnos un respiro para poder contemplar la belleza de lo simple.

Entre tantos ejemplos cotidianos e invitaciones a desmanes que podemos percibir a nuestro alrededor, es valioso hallar dos casos aislados y sublimes que se salen de los cálculos y nos permiten visualizar una lógica distinta, pero a la vez familiar.

El primero de ellos es Adele, la gran revelación musical que el viejo continente nos tenía guardada, pues su arrasadora victoria en la última entrega de los premios Grammy fue la prueba contundente de que para ser la mejor no se necesita encajar en los clichés estereotípicos que quiere imponer la industria, como ser delgada y despampanante al mejor estilo de Katy Perry o exagerada y extrovertida como bien lo sabe hacer Lady Gaga, sólo se requiere talento. Sin trajes de colores que cuesten millones ni ritmos electrónicos, pues con una buena historia, un gran vozarrón y algo de despecho son suficientes.

El segundo es la película El Artista, la humilde producción francesa que venció en los premios Oscar a Hugo, la multimillonaria apuesta de Scorsese. La clásica pugna entre David y Goliat, por un lado, el largometraje de los galos es mudo (dejándole todo el trabajo a una brillante banda sonora, valga aclarar), a blanco y negro y con un loable intento por evocar el ambiente de aquel cine antiguo que inmortalizó a tantas estrellas. Por el otro, encontramos una película que cuenta con 10 veces más presupuesto, un reparto de nombres prestigiosos, efectos especiales de última generación y un formato que sólo permite verla en 3D. Frente a una balanza tan desigual, lo que el mundo percibió hace unos días no puede ser más que interesantísimo.

Pero ¿por qué suceden este tipo de cosas? La explicación la tiene Guillermo de Ockham con su famosa “Navaja de Ockham”, aquel principio filosófico que sostiene que entre dos teorías con las mismas consecuencias (cantar o producir un filme) se preferirá la más simple por tener mayores probabilidades de ser la correcta. En otras palabras, vivimos entre tanta complejidad que al ver algo orgánico, básico y sencillo, lo recibimos como algo distinto y fascinante, sin reconocer que hace parte de nosotros desde siempre, cosa que, lógicamente, se acompaña de la atracción que nos produce una opción más natural. Ojalá lo tengamos en cuenta y recordemos que toda exuberancia llega a un punto donde se vuelve grotesca, toda complejidad arriba a una instancia donde se torna ininteligible o, como dicen en Sillicon Valley, “Keep It Simple, Stupid!”.

fuad.chacon@hotmail.com