La naturaleza es sabia: observar el mar permite reconocer que todos somos uno. Los océanos se nutren de diferentes aguas, se alimentan permanentemente de numerosos ríos que desembocan en él desde todos los puntos cardinales. Le llegan las rojizas aguas del Congo; las marrones del Amazonas, que antes ya había recibido las oscuras del Negro; las grises del Markarfljot. Con todo ello, es un mismo océano, tanto que las basuras que sobre él se vierten en las costas de África llegan hasta Suramérica y viceversa. Finalmente, todas las aguas se funden, abrazan y hermanan, convirtiéndose en una sola masa líquida, que nos nutre de múltiples maneras y nos recuerda que más allá de nuestras diferencias realmente somos uno. El mar se alimenta de diversas fuentes, cada una con su riqueza, sus orígenes y particularidades.
Con la espiritualidad ocurre lo mismo. Como humanidad tenemos diferentes fuentes de sabiduría, que nos permiten hacer conexión profunda. Dado que no somos seres aislados, las culturas en las que nacemos marcan una primera senda religiosa, la cual podemos reforzar, negar, perpetuar o profundizar para convertirla en un camino espiritual. Alguien en Medio Oriente pudo ser criado como cristiano, musulmán o judío. Alguien en América lo pudo ser como mormón o dentro de una tradición ancestral originaria. Así como las maravillosas aguas turquesas del río Celeste en Costa Rica no llegan en su recorrido a descubrir la inmensidad del océano, podemos en momentos vitales conocer solamente una religión y aprender en ella. Pero las aguas avanzan, se evaporan, regresan en forma de lluvia, así que pueden tener acceso a dimensiones que aún no han conocido. De la misma manera, a medida que avanzamos en nuestro proceso vital nos podemos permitir la apertura a nuevas comprensiones y enriquecernos al beber de distintas fuentes, que hacen más rica esta experiencia encarnada.
Todas las tradiciones sagradas de sabiduría apuntan hacia la unidad. Somos los seres humanos quienes fomentamos la división, que en últimas es solo una ilusión. Si soltamos las acciones colonizadoras y evangelizadoras -que con buenas intenciones resultan intrusivas e irrespetuosas de las apuestas ajenas- podemos reconocer que la Divinidad tiene múltiples manifestaciones, las cuales podemos invocar de muchas maneras. Así como una gota puede elegir el camino a seguir hacia el mar cuando llega a un delta, también podemos escoger la ruta espiritual que requiera nuestra experiencia de evolución. Cuando estemos listos para llegar al océano, podremos reconocer también que los diferentes caminos espirituales pueden interactuar, validarse mutuamente y complementarse. Claro, es preciso ser cuidadoso en la elección, sintonizarse con lo Divino. Yo sugiero la lectura de la Biblia en conjunto con el Libro del Conocimiento: Las Claves de Enoc (www.clavesdeenoc.org). Esta combinación permite tener un mayor discernimiento sobre las Escrituras y alcanzar una perspectiva integradora: una espiritualidad que abraza y trasciende las ciencias de frontera y nos permite más amplias comprensiones de la vida y los multiversos. Hay numerosas fuentes de sabiduría que podemos integrar. ¡Sigamos aprendiendo en nuestro largo proceso de trascendencia!