Si se visita a Barcelona y a otros pueblos catalanes, es imposible no sentir el desasosiego y la sensación de furia reprimida que permea todo y puede fácilmente estallar. Hoy, Cataluña sufre un limbo político inaguantable y, realmente, nadie sabe qué hacer para romperlo.
De los balcones de casas y apartamentos, de postes de luz y árboles, cuelgan banderas catalanas y lazos amarillos, significativos de apoyo a los dirigentes independentistas que se encuentran en las cárceles por atacar la unidad española y usar fondos del Estado para promover un referendo separatista. Igual sucede en otros balcones y ventanas, árboles y postes, donde vemos ondear banderas españolas, como apoyo a la unidad española y rechazo a la secesión de Cataluña.
Los grafitis apoyando la unidad, tanto como los que apoyan la separación abundan, algunos insultantes y violentos. Se parecen mucho a los que se veían hace unos 25 años en el país vasco. Mal presagio.
La gente se cuida de lo que dice, nadie quiere hablar sobre el tema separatista por temor a que la conversación se prenda. Aquí no hay indiferencia, los catalanes están malamente divididos y cada día se distancian más entre ellos, se sienten más disgustados y se alejan más del dialogo.
Me comentaban universitarios colombianos que algunos estudiantes catalanes les hablan solo en catalán, negándose a hacerlo en castellano, y que han presenciado problemas con profesores que enseñan en castellano.
Lo peor es que ya se escuchan algunas voces extremas, promoviendo la independencia “así sea a sangre y fuego”. Lamentablemente nadie, ni los líderes del movimiento separatista, ni el gobierno de Rajoy, parecen estar alarmados por estos peligrosos gérmenes de violencia.
Esto es preocupante. Recordemos la dolorosa experiencia de la ETA en el País Vasco. Estas cosas comienzan así, en voz baja, en alguna reunión de patriotas exaltados. Lean ustedes el excelente libro, “Patria”, de Fernando Aramburu, y entenderán a que me refiero. El patriotismo mal entendido es un peligroso polvorín.
La captura en Alemania del jefe secesionista, Carles Puigdemont, requerido por la justicia española por traición y malversación de fondos, ha intensificado la tensión. Algunos secesionistas quieren, a toda costa, investirlo como jefe de gobierno cuando sea regresado a Barcelona por el gobierno alemán. Otros, como Artur Mas, abogan por formar un gobierno independiente de España sin él. Ni los mismos separatistas están de acuerdo.
Hoy importantes inversionistas, eventos y compañías huyen de la incertidumbre que se vive en Cataluña, muchos ya lo han hecho. Barcelona perdió la oportunidad de ser la sede de la Agencia Europea del Medicamento y el Barcelona World Race (BWR) planeado para el 2019.
Caro le está costando a la región su obstinación soberanista. Caro le puede costar a España no encontrar rápido acuerdo con los independentistas para conformar una mesa de negociación y alejar el temido fantasma de la violencia.
Desafortunadamente, los secesionistas arrastran el pasado como un lastre del cual no logran liberarse. Ser lo que fueron en la historia, bueno o malo, es la promesa de líderes obtusos. ¿Por qué no construir hacia un futuro de unión positiva y fortalecedora?
Se necesitan líderes sabios y futuristas, de ambas partes, para lograr la unidad con garantías y respeto entre las partes y, por desgracia, por el momento no parece haberlos. Solo se oyen recriminaciones mutuas.