GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Abril de 2013

Bioética, antítesis de la dictadura

 

Hay temas transversales, que al no ser patrimonio de una sola disciplina, le ofrecen al mundo el tesoro de la diversidad de miradas, y -en paralelo- le exigen un compromiso serio y valiente de autocrítica, reaprendizajes y espejos que no siempre resultan gratos.

Es el caso de la bioética; intangible hija de la ciencia y el  arte; del conocimiento y la urgencia;  la conciencia y sus preguntas;  la relatividad y sus riesgos; el pensamiento pródigo y abierto, donde cabe casi todo, menos la imposición.

La bioética es la antítesis de la dictadura. Entre otras cosas, por eso la amo y la admiro. Es honesta e incluyente, y en un ejercicio diario y colectivo, propende por encontrar la mezcla justa de libertad, respeto y autonomía.

La bioética es limpia, pero no se lava las manos (en el sentido cobarde de la expresión). Asume cada una de sus consecuencias y conflictos, y aun cuando siempre tiene encima la espada de la posible equivocación, prefiere correr el riesgo de asumir posiciones, que la tibia comodidad del silencio.

Intenta llegar al fondo de las cosas, y aun cuando tiene un método no para encontrar las respuestas, pero sí para organizar las preguntas, mucho más que ser una ciencia de métodos, es una actitud de vida,  una tregua entre las guerras de la ignorancia, la exclusión y la violencia.

A la bioética no hay que tenerle miedo, ni mirarla como una disciplina austera, propia de una mesa de madera oscura, torneada y sombría, donde se sientan señores de doctrina y cartón.

Todo lo contrario. Si hay algo cotidiano, que nos convoca a todos en cuanto hacemos y dejamos de hacer, es la bioética. Y digo, “dejamos de hacer”, porque muchas veces dejar de hacer es más grave y más dañino, o más valiente y más benéfico, que sí hacer.

Todos los días, la bioética entra por la ventana de todas las casas, parroquias, ranchos y rascacielos del mundo. A pesar de ello, con frecuencia parecería ser la gran ausente en la toma de decisiones; en el aula, en el despacho del ministro, en el claustro de los monjes, en el campo de batalla o en la sala de cirugía.

Por desconocimiento, por miedo a enfrentar la verdad o porque hay situaciones y personas que parecerían sentirse a gusto vivien-muriendo entre telarañas, la bioética aun es un camino que muchos no se deciden a explorar.

No importa cómo la llamen; si la estudian en las academias, o la llevan en el corazón. Lo importante, es que quienes tienen a su cargo decisiones que impactan la vida de otros (léase todos los seres humanos) sepan y sientan que en Tasmania o en Wall Street, en Caloto  -con sus muertos y sus flores de gualanday-, o en Etiopía y sus víctimas de las hambrunas, al mundo le urgen conductas incluyentes, que rompan la asfixia y los paradigmas, y no se dejen amordazar por los dogmas del egoísmo y la falsa moral.

Prójimoes el próximo o el distante, visto con ojos de solidaridad. Creo que la bioética ayuda a darse cuenta de eso, y a obrar en consecuencia.

ariasgloria@hotmail.com