Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 22 de Mayo de 2015

PUERTO LIBERTAD

Mensajes de urgencia

Demasiadas veces los mensajes de urgencia son los últimos en ser respondidos. Es como si unas grandes tijeras de incomprensión y acero cortaran los cables encargados de garantizar la comunicación entre la voz que clama, y el oído ciego.

Urgencia para los señores que están en Cuba negociando lo que no puede convertirse en Peter Pan #2 y su país del nunca jamás.

Urgencia para evitar que las avalanchas entierren sueños y familias en otra crónica de otras muertes anunciadas.

Urgencia para que no estallen minas que matan niñas de 7 años. Niñas que para los creyentes serán ángeles; para los agnósticos una interrogación; para los ateos ceniza. Para sus padres, un dolor tan irreversible como el infinito.

Urgencia para erradicar del mundo la pobreza multidimensional que envuelve cuerpo y alma de más de mil millones de personas.

Urgencia para que en esta Colombia  llena de inequidad y corrupción, los políticos de quinta no desvíen el dinero y las decisiones, que en el paralelo 11 N meridiano 72 W, podrían haber salvado a los niños que murieron por sequía y desnutrición.

Urgencia para que nuestra ciudad construya códigos de confianza, buenas prácticas y direccionamientos lógicos, que nos permitan erradicar de los verbos más simples, el miedo, la ira y la nata del conformismo.

Demasiadas veces (aquí sí cabe el “demasiado”, ¿cierto profe Mendoza Vega?) quienes más deberían oír se empeñan solo en hablar, y quienes más deberían hacer, se dedican a crear obstáculos; como si una ley diseñada entre Kafka y Sísifo, dictara que cada solución debe traer su problema bajo el brazo, y cada esperanza, su dosis de frustración. Con tantos temas tan gratos que hay en el mundo, ¿por qué escribir sobre aquello que nos hace sentir parcialmente miserables?

Tal vez porque parte de la función de quienes tenemos el privilegio y la responsabilidad de un portátil en frente, y la complicidad del millón de palabras consignadas en el DRC (Diccionario de la Real -sentido de realidad, no de realeza- Academia -muerte intelectual si dejamos de aprender- de la Conciencia) parte de esa responsabilidad, digo, es comprender que las zonas de confort pueden convertirse en zonas minadas. Zonas que nos quitan la capacidad de reacción, y dejan suspendida en una telaraña de apatía, la inaplazable obligación de sentir, intervenir, incluir, curar, crear.

Hay cosas que hacen casi tanto daño como la violencia misma porque atrofian el sentido de la solidaridad. Son fardos grises, nublosos y quietos. Dicen que de ellos están hechas la resignación y la desidia; y ese ogro de a veces justificado escepticismo, que se traga nuestra capacidad de sentirnos capaces de apagar un incendio con un chorro de agua bendita (bendita por usted, por un Papa o por un niño).

Demasiadas veces los mensajes de urgencia son los últimos en ser respondidos. Comprometámonos -los cuatro, diez o cien  navegantes que llegamos hoy a este Puerto- responder siquiera uno de los llamados que todos los días nos hace la vida. Lo único imposible es lo que nunca se intenta. Y les prometo que no nacimos para “desintentar”.

ariasgloria@hotmail.com