Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 14 de Noviembre de 2014

Los que nunca volvieron

 

El dolor de un otro país, acaba siendo un dolor propio; más aún, cuando se trata de una tierra que nos resulta especialmente cercana.

Mi calle, mis amigos y mi colonia en el D.F., me habitan desde hace casi 40 años, como el día que llegamos al Benito Juárez, con dos maletas llenas de ilusión, futuro y juventud.

México, -el país donde fui inmensamente feliz, el que me dio la profesión más bella del mundo, y donde mi hija empezó su vida-, está atravesando una  etapa extremadamente difícil. El drama de los 43 estudiantes que iban a rendir homenaje a las víctimas de Tlatelolco, es algo que da rabia, dolor y frustración.

Todo lo que implica y rodea la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa es una vergüenza. Desgarra la noción de justicia y las entrañas de la democracia. Una tragedia sobre otra. Una masacre sobre otra. Otra vez maestros y estudiantes aniquilados por la brutalidad de la fuerza pública.

Se dice que en Tlatelolco, aquel 2 de octubre del 68, se dispararon más de quince mil balas; y que en la Plaza de las Tres Culturas, fueron asesinados por la mal llamada autoridad, cerca de 300 mexicanos. La cifra oficial no pasa de 40, pero  todos saben que los muertos no fueron los que contaron los secuaces del presidente Díaz Ordaz, sino los que la gente vio caer; los que enterraron; los que nunca volvieron.

La represión y la corrupción han sido temas recurrentes en muchos países de Latinoamérica. Pero recurrencia no es sinónimo de normalidad, así la costumbre se empeñe en hacérnoslo creer.

Y es que la costumbre es una de las cosas más peligrosas del mundo: hace que la gente pierda la capacidad de reaccionar; las ondas de alerta toman  forma de  muerte cerebral, y se convierten en indolencia,  indiferencia y abismo…tres grandes precursores de miseria física y emocional.

En las peores crisis es cuando más hay que saber que sí se puede salir del hueco y romper los paradigmas de la obscena deshonestidad; que la conciencia colectiva es capaz de reconstruirse, y demostrar que no se cohonesta con la corrupción, el narcotráfico y sus grotescas alas de murciélagos del mal.

Sí es posible  rescatar el verdadero valor del ser humano; valor que en los mexicanos tiene una esencia culta y expresiva, insurgente, rural y pensante. El mexicano ama su raza; tiene su historia metida en la sangre, en las fiestas de colores, en los velorios con dulces, y el abrazo de los compadres; en el pan de muertos, los chiles y el mezcal.

México es lindo y querido porque es auténtico y no le cuesta reconocerse en el espejo; ha salido victorioso de complejas batallas, y ésta no le quedará grande. México puede, y los colombianos lo decimos con un conocimiento de causa en el que se fusionan tristeza y valor, violencia, memoria y resurrección. Colombia lo va logrando. Nos consta lo difícil que es, pero también nos consta que es la única opción de vivir y morir con dignidad.

ariasgloria@hotmail.com